En 2017, justo al día siguiente de que israelíes y palestinos firmaran un papel para poder empezar a convivir de espaldas sin matarse, mi abuelo decidió que ya era suficiente
-Bueno- dijo, cerrando el periódico-. Ya es suficiente.
-¿Qué, qué es suficiente?- preguntó mi abuela, sin mirarle.
A mi hermano y a mí se nos habían terminado las vacaciones de invierno y los abuelos fueron en su nuevo coche hasta la estación de esquí para llevarnos de vuelta a casa. Papá y mamá prolongarían su estancia otra semana más, como estaba previsto que hicieran (muchos años después supe que nuestra querida hermanita fue concebida justo en esos días).
-¿Qué es suficiente?- insistió sin mucho interés pero con irritación mi abuela, ya que mi abuelo se había levantado de la mesa y ahora miraba en silencio por la ventana con los brazos en jarras.
Era la mañana del sábado, el día siguiente a nuestra vuelta, una mañana gris y lluviosa que había hecho que la abuela se decidiera a cocinar faltando a la promesa hecha la noche anterior de llevarnos a comer a una pizzería.
Pero ¿cómo olvidar las palabras de mi abuelo, un susurro que sonó como una pedrada en el cristal de la ventana?
-Ya no te soporto.
2017
2 comentarios:
¡Fenomenal, As...digo Gavilán!
Excelente dominio de la técnica, me cautivas como lector. Y bien sabes que entre tu y yo, no hay ningún vínculo homoerótico.
Pásame el trabajo si se puede publicar una parte.
Dame un poquito de tiempo. Te lo pasaré. Gracias, Ar Lor. A ver esa cena. Tengo ganas de hablar de "técnicas" no homoeróticas contigo.
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