Nuestro malentendido es de carácter conceptual. Usted ha hecho ese bonito diseño de mi casa y de mi biblioteca partiendo del supuesto -muy extendido, por desgracia- de que en un hogar lo importante son las personas en vez de los objetos. No lo critico por hacer suyo este criterio, indispensable para un hombre de su profesión que no se resigne a prescindir de los clientes. Pero, mi concepción de mi futuro hogar es la opuesta. A saber: en ese pequeño espacio construido que llamaré mi mundo y que gobernarán mis caprichos, la primera prioridad la tendrán mis libros, cuadros y grabados; las personas seremos ciudadanos de segunda. Son esos cuatro millares de volúmenes y el centenar de lienzos y cartulinas estampadas lo que debe constituir la razón primordial del diseño que le he encargado. Usted subordinará la comodidad, la seguridad y la holgura de los humanos a las de aquellos objetos.
Es imprescindible el detalle de la chimenea, que debe poder convertirse en horno crematorio de libros y grabados sobrantes, a mi discrección. Por eso, su emplazamiento deberá estar muy cerca de los estantes y al alcance de mi asiento, pues me place jugar al inquisidor de calamidades literarias y artísticas, sentado, no de pie. Me explico. Los cuatro mil volúmenes y los cien grabados que poseo son números inflexibles. Nunca tendré más, para evitar la superabundancia y el desorden, pero nunca serán los mismos, pues se irán renovando sin cesar, hasta mi muerte. Lo que significa que, por cada libro que añado a mi biblioteca, elimino otro, y cada imagen -litografía, madera, xilografía, dibujo, punta seca, mixografía, óleo, acuarela, etcétera- que se incorpora a mi colección, desplaza a la menos favorecida de las demás. No le oculto que elegir a las víctimas es arduo y, a veces, desgarrador, un dilema hamletiano que me angustia días, semanas, y que luego reconstruyen mis pesadillas.
Es imprescindible el detalle de la chimenea, que debe poder convertirse en horno crematorio de libros y grabados sobrantes, a mi discrección. Por eso, su emplazamiento deberá estar muy cerca de los estantes y al alcance de mi asiento, pues me place jugar al inquisidor de calamidades literarias y artísticas, sentado, no de pie. Me explico. Los cuatro mil volúmenes y los cien grabados que poseo son números inflexibles. Nunca tendré más, para evitar la superabundancia y el desorden, pero nunca serán los mismos, pues se irán renovando sin cesar, hasta mi muerte. Lo que significa que, por cada libro que añado a mi biblioteca, elimino otro, y cada imagen -litografía, madera, xilografía, dibujo, punta seca, mixografía, óleo, acuarela, etcétera- que se incorpora a mi colección, desplaza a la menos favorecida de las demás. No le oculto que elegir a las víctimas es arduo y, a veces, desgarrador, un dilema hamletiano que me angustia días, semanas, y que luego reconstruyen mis pesadillas.
Los cuadernos de don Rigoberto
Mario Vargas Llosa
4 comentarios:
Ya tenemos aquí a Don Mario Vargas Llosa quemando libros y cuadros, además de otros enseres, cual Inquisidor Torquemada que pasa por el fuego todo lo que cree que ya no vale. Y ¿por qué no habrá pensado nuestro autor que puede haber otros a los que les interese lo que para él ya no tiene valor alguno?.
Un cordial saludo,
Antonio
Ciertamente, Antonio.Es un Torquemada de los libros. Muy buena comparación; aunque hoy en día con el BookCrossing, no necesitaría quemarlos y podría haber prescindido perfectamente de la chimenea y ahorrarse así unos eurillos.
Aunque me da que es un "librocida" por naturaleza, (que la Santa Academia me perdone el palabro). Por otra parte, una biblioteca y su espacio, guarda una estrecha relación con una población y su territorio. Y de aquí llegamos a Malthus. A ver si va a resultar, que Don Rigoberto (supongo que es el), hace las veces de la "lucha por la existencia".
Sino he entendido mal, Vargas Llosa, no es tu autor favorito.
Un abrazo
Como un bombero de Fahrenheit 451, don Rigoberto quema los libros que excedan de los cuatro mil (su "numerus clausus") que se ha fijado tener.Ni uno más ni uno menos.
El motivo de que no los regale es el siguiente:
"No le oculto que elegir a la víctima es arduo y, a veces, desgarrador, un dilema hamletiano que me angustia días, semanas, y que luego reconstruyen mis pesadillas. Al principio, regalaba los libros y grabados sacrificados a bibliotecas y museos públicos. Ahora los quemo, de ahí la importancia de la chimenea. Opté por esta fórmula drástica, que espolvorea el desasosiego de tener que elegir una víctima con la pimienta de estar cometiendo un sacrilegio cultural, una transgresión ética, el día, mejor dicho la noche, en que, habiendo decidido reemplazar con un hermoso Szyszlo inspirado en el mar de Paracas una reproducción de la multicolor lata de sopa Campbell's de Andy Warhol, comprendí que era estúpido infligir a otros ojos una obra que había llegado a estimar indigna de los míos".
El sacrilegio de don Rigoberto no lo comparto, pero su motivo es original.
Saludos.
Efectivamente, amigo Ar Lor, Vargas Llosa no es mi autor favorito, ni de lejos, y las razones no son puramente literarias, pero eso es ya otro tema.
Buenas noches.
Antonio
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