De uno de aquellos barrancos -o, más concretamente, del que corre por el extremo del Jebel y, extendiéndose del este hacia el norte, acaba por constituir el lecho del río Jabbok- salía un viajero que se dirigía hacia las altiplanicies del desierto.
Para este personaje reclamamos en primer lugar la atención del lector.
A juzgar por su aspecto, tenía los cuarenta y cinco años bien cumplidos. Su barba, en otro tiempo del negro más intenso, descendiendo en ancho raudal sobre el pecho, estaba surcada pòr hebras blancas. Su cara era negra como un grano de café tostado, y tan escondida por un rojo kufiyeh (como llaman hoy en día los hijos del desierto el pañuelo que les protege la cabeza) que no era visible sino en parte. De vez en cuando levantaba los ojos, unos ojos grandes y negros, Vestía las holgadas prendas que imperan en el Este; si bien no es posible describir más particularmente el estilo de las mismas, porque el viajero iba sentado debajo de una minúscula tienda, cabalgando un gran dromedario blanco.
Para este personaje reclamamos en primer lugar la atención del lector.
A juzgar por su aspecto, tenía los cuarenta y cinco años bien cumplidos. Su barba, en otro tiempo del negro más intenso, descendiendo en ancho raudal sobre el pecho, estaba surcada pòr hebras blancas. Su cara era negra como un grano de café tostado, y tan escondida por un rojo kufiyeh (como llaman hoy en día los hijos del desierto el pañuelo que les protege la cabeza) que no era visible sino en parte. De vez en cuando levantaba los ojos, unos ojos grandes y negros, Vestía las holgadas prendas que imperan en el Este; si bien no es posible describir más particularmente el estilo de las mismas, porque el viajero iba sentado debajo de una minúscula tienda, cabalgando un gran dromedario blanco.
Ben Hur
Lewis Wallace
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