martes, 4 de mayo de 2010

Las islas griegas

Lawrence Durrell, 1960. Fotografía de Loomis Dean.

El viajero ha hecho bien en elegir la primavera para el recorrido que se propone, pero aún queda mucho camino por delante y la noche amenaza con darle alcance. Bebe, pues, lo que le queda de vino y se toma el último bocadillo. En Brindisi encontrará de las dos cosas y, si viaja en automóvil, le esperará un cómodo transbordador para el viaje nocturno. Brindisi es la frontera; una frontera, esta vez, de agua y no de tierra. ¿Qué habrá al otro lado? ¿Un simple cambio de elementos? El viajero no tiene ninguna premonición cierta de las islas griegas que le esperan en la oscuridad como perros al acecho. ¿Cómo serán?
¿Qué le da a una frontera su carácter mágico? Desde luego, no el hecho de ser un límite territorial o político, ya que estos límites son artificiales, están dictados por la historia. La explicación se encuentra a veces en un cambio repentino del paisaje, aunque tampoco las fronteras entre un país y otro suponen normalmente una gran variación de la fauna y de la flora (no la hay, por ejemplo, entre Italia y Grecia, ni entre Francia y España). Quizá sea la diferencia de idioma lo que da al cruce de una frontera esa sensación tan particular. Sea cual sea la respuesta, la magia existe. El corazón del viajero late con un ritmo nuevo, sus oídos reciben las tonalidades de una lengua extraña; su curiosidad despierta ante la moneda del nuevo país, que le resulta extraña. todo parece distinto, hasta el aire que respira. En Grecia...

Las islas griegas
Lawrence Durrell

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