A la vista de un fino y envarado caballero, que paseaba en extremo arreglado con arrogante contoneo, tuve el melancólico pensamiento: "¿Y los pobres niños pequeños, abandonados y mal vestidos? ¿Es posible que un caballero tan bien vestido, magníficamente arreglado, brillantemente equipado y tapizado, cubierto de anillos y adornos, vestido de punta en blanco, no piense un instante en las pobres criaturas que a menudo andan vestidas de harapos, revelan triste falta de cuidado y limpieza y están lamentablemente abandonadas? ¿No se avergüenza ni un poquito el pavo? ¿No se siente afectado en absoluto el señor adulto que tan elegante camina a la vista de los sucios y manchados pequeños? Tengo para mí que ningún adulto debería mostrar placer en presentarse arreglado mientras haya niños a los que falte todo adorno exterior".
Pero se podría decir, con la misma razón, que nadie debería ir a un concierto o a una representación teatral o gozar de cualquier otra diversión mientras haya en el mundo cárceles e institutos penitenciarios con desdichados presos. Naturalmente, esto es ir demasiado lejos. Y si alguien quisiera aplazar el goce y toda alegría de vivir hasta que el mundo no tuviera por fin gente pobre y desdichada, tendría que esperar hasta el gris e impensable Día del Juicio y hasta el gélido y yermo Fin del Mundo, y para entonces puede que el placer y la vida misma se le hubieran pasado por completo.
Pero se podría decir, con la misma razón, que nadie debería ir a un concierto o a una representación teatral o gozar de cualquier otra diversión mientras haya en el mundo cárceles e institutos penitenciarios con desdichados presos. Naturalmente, esto es ir demasiado lejos. Y si alguien quisiera aplazar el goce y toda alegría de vivir hasta que el mundo no tuviera por fin gente pobre y desdichada, tendría que esperar hasta el gris e impensable Día del Juicio y hasta el gélido y yermo Fin del Mundo, y para entonces puede que el placer y la vida misma se le hubieran pasado por completo.
El paseo
Robert Walser
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