Cartel de la película El viaje cósmico procedente de la Biblioteca Nacional de Moscú. Fuente: El País.
Alguna vez hubo un bosque en esta meseta, y todavía se conservan algunos troncos gigantescos, cubiertos por una capa de arcilla, bajo el mantillo en el que crece el pasto. Allí en donde esta arcilla y el antiguo bosque están más cerca de la superficie, la tierra es oleosa y húmeda, y sobre las rocas crece un musgo verde oscuro, que, si lo tocas o te tumbas en él, tiene el tacto del pelo de un animal. Así es como las rocas se convierten en animales.
Hace años, cuando el ruso Gagarin, el primer hombre que salió al espacio, daba vueltas alrededor de la tierra, los veinte chalets dispersos por la zona de Peniel alojaban, cada verano, ganado, mujeres y hombres. El ganado era tanto, que la hierba no sobraba, y, por común acuerdo, se limitaba el tiempo del pasto. Te levantabas a las tres de la madrugada para ordeñar y llevabas las vacas a pastar en cuanto se hacía de día. A las diez, cuando el sol empezaba a estar alto, las encerrabas de nuevo y aprovechabas para hacer los quesos. A mediodía, en el establo, les ponias hierba segada. Después de comer te echabas una siesta. A las cuatro volvías a ordeñar, y sólo entonces sacabas las vacas a pastar por segunda vez y permanecías en los pastos con ellas hasta que ya no se distinguían los árboles, sino sólo la mancha del bosque. Volvías a entrar las vacas entonces y, cuando ya se habían acostado sobre su lecho de paja, podías salir fuera y escrutar la noche, en la que la Vía Láctea parecía hecha de gasa, para intentar localizar a Gagarin dando vueltas en su Sputnik.
Hace años, cuando el ruso Gagarin, el primer hombre que salió al espacio, daba vueltas alrededor de la tierra, los veinte chalets dispersos por la zona de Peniel alojaban, cada verano, ganado, mujeres y hombres. El ganado era tanto, que la hierba no sobraba, y, por común acuerdo, se limitaba el tiempo del pasto. Te levantabas a las tres de la madrugada para ordeñar y llevabas las vacas a pastar en cuanto se hacía de día. A las diez, cuando el sol empezaba a estar alto, las encerrabas de nuevo y aprovechabas para hacer los quesos. A mediodía, en el establo, les ponias hierba segada. Después de comer te echabas una siesta. A las cuatro volvías a ordeñar, y sólo entonces sacabas las vacas a pastar por segunda vez y permanecías en los pastos con ellas hasta que ya no se distinguían los árboles, sino sólo la mancha del bosque. Volvías a entrar las vacas entonces y, cuando ya se habían acostado sobre su lecho de paja, podías salir fuera y escrutar la noche, en la que la Vía Láctea parecía hecha de gasa, para intentar localizar a Gagarin dando vueltas en su Sputnik.
Una vez en Europa
John Berger
3 comentarios:
Se ve que el horario de ordeña es de 12 horas.
El trabajo de la ordeña es como el de agente de seguros, trabajas intensamente un ratito y luego una larga siesta, vuelves a trabajar intensamente otro ratito, y luego otra vez descanso. Este blog es de mis favoritos. ¡Saludos!
Muy ingenioso y muy bien contado.
Un saludo Rómulo, gracias por tus palabras y dale un besito de mi parte a Josco.
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