Bianca Van Baast. Admirari homo.
En aquel planeta extraordinario, prosperaron unos seres monstruosos. De tanto en tanto algunos de ellos engordaban extrañamente y, cuando ya no podían más (entre gritos y dolores) expulsaban de su interior otros seres semejantes (pero más pequeños y deformes) que empezaban a comer ávidamente y que, con los años, crecían e iban adquiriendo el aspecto de sus antepasados.
Sólo esa forma de reproducirse aseguraba la perpetuación de la especie, porque eran además seres de vida efímera y no tardaban en morir. Entonces, sus congéneres se deshacían de ellos a toda prisa, poniéndolos bajo tierra u ofreciéndolos al fuego.
Por otro lado, eran escasamente vitales, pues cada pocas horas se veían obligados a sumirse en un profundo letargo. Creemos que así se iban acostumbrando a esa extinción orgánica a la que se dirigían sin remedio.
A nosotros nos parece increíble, sí, pero ellos no se sentían desgraciados. Con los años, presentían que la muerte se acercaba (eso si alguna causa fortuita no acababa con ellos mucho antes) y sin embargo apenas pensaban en ello, y seguían haciendo cosas, las cosas banales en que ocupaban su poquísimo tiempo.
Este hecho ha llevado a nuestros sabios a la conclusión de que, a pesar de su engañosa costumbre de comer ávidamente por la boca, su verdadero alimento lo constituían los sueños.
Noticia de tierras improbablesSólo esa forma de reproducirse aseguraba la perpetuación de la especie, porque eran además seres de vida efímera y no tardaban en morir. Entonces, sus congéneres se deshacían de ellos a toda prisa, poniéndolos bajo tierra u ofreciéndolos al fuego.
Por otro lado, eran escasamente vitales, pues cada pocas horas se veían obligados a sumirse en un profundo letargo. Creemos que así se iban acostumbrando a esa extinción orgánica a la que se dirigían sin remedio.
A nosotros nos parece increíble, sí, pero ellos no se sentían desgraciados. Con los años, presentían que la muerte se acercaba (eso si alguna causa fortuita no acababa con ellos mucho antes) y sin embargo apenas pensaban en ello, y seguían haciendo cosas, las cosas banales en que ocupaban su poquísimo tiempo.
Este hecho ha llevado a nuestros sabios a la conclusión de que, a pesar de su engañosa costumbre de comer ávidamente por la boca, su verdadero alimento lo constituían los sueños.
Pedro Ugarte
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