Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho cubierto de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
Cien años de soledad
Gabriel García Márquez
2 comentarios:
Este párrafo inicial ( y algún otro del libro) puedo recitarlo de memoria ..
Verdaderamente el comienzo de "Cien años de soledad" parece escrito para ser memorizado. La novela nos atrapa con su inicio y ya no nos suelta.
Un verdadero placer.
Un fuerte abrazo, amiga Cecilia.
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