En Mar del Plata, al sur de Buenos Aires, en una casa alquilada para el verano, leí por primera vez las historias de Sherlock Holmes; devoré un libro tras otro, incapaz de dejarlos. No estoy seguro de lo que me cautivó entonces: ni los argumentos -El Séptimo Círculo, la serie de novelas policiacas editadas por Borges y Bioy, ofrecía rompecabezas mucho más intrigantes y soluciones más originales-, ni tampoco las palabras que me parecían menos mágicas que las de Stevenson o Kipling. Quizá fuera lo que Chesterton llama "el hilo de ironía que enlaza todas las solemnes imposibilidades de la narrativa" y que, según pensaba él, convertía las historias de Holmes en "una adición realmente brillante a la gran literatura del absurdo". Quizá fuera la presencia, fría pero tranquilizadora, de un lugar que sería escenario frecuente de mis ensoñaciones, el Londres de Holmes: las habitaciones de Baker Street, iluminadas con luz de gas, las siniestras callejuelas, las plazas señoriales cubiertas por la niebla. Años más tarde viajé a Londres convencido de que encontraría aquella geografía memorable. Mi primera habitación, con derecho a cocina y con una estufa de gas que se alimentaba de chelines, situada sobre un típico puesto de pescado y patatas fritas, bastó para desengañarme.
Diario de lecturas
Alberto Manguel
Traducido del inglés por José Luis López Muñoz
Diario de lecturas
Alberto Manguel
No hay comentarios:
Publicar un comentario