Una noche, hace años, había empezado a leer en uno de aquellos infolios vetustos un capítulo titulado "Brecha de las Almas"; e iba cayendo en un sopor agradable, cuando este párrafo singular se me destacó del tono neutro y apagado de la página con el relieve de una medalla nueva de oro brillando sobre un tapete oscuro. Copio textualmente:
En lo más remoto de la china existe un mandarín más rico que todos los reyes de que hablan las fábulas o la historia. Nada conoces de él, ni el nombre, ni el semblante, ni la seda de que se viste. Para que heredes su infinita fortuna, basta con que toques esa campanilla, puesta a tu lado sobre un libro. Él dará tan sólo un suspiro en los confines de Mongolia. Será entonces un cadáver; y tú verás a tus pies más oro del que puede soñar la ambición de un avaro. Tú, que me lees y eres hombre mortal: ¿tocarás tú la campanilla?
Me detuve, atónito, ante la página abierta; aquella interrogación: "hombre mortal, ¿tocarás tú la campanilla?", me parecía picaresca, una chanza, y no obstante me perturbaba prodigiosamente. Quise seguir leyendo; pero las líneas huían serpenteando como culebras asustadas, y en el vacío que dejaban, de una lividez de pergamino, quedaba brillando en negro la interpelación extraña: "¿tocarás tú la campanilla?".
Traducción de Paloma Navarro
El mandarín
Eça de Queirós
2 comentarios:
Yo la habría tocado, para ver qué pasa.
Salud
Francesc Cornadó
Probablemente yo también... por curiosidad.
Un fuerte abrazo, amigo Francesc Cornadó.
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