Su poesía, sea cual sea la opinión de los críticos, ofrece en abundancia hechos empíricos (poéticos) que, como viejas tarjetas postales o fotografías de un álbum ajado, atestiguan tanto viajes, deseos o pasiones, como toda una moda literaria: el saludable efecto del viento en las arrugas marmóreas de las cariátides; el Tiergarten y su avenida de tilos amarillentos; los faroles de la puerta de Brandenburgo; las extrañas siluetas de los cisnes negros; el reflejo púrpura del sol en las turbias aguas del Dnieper; la magia de las noches blancas; los hechiceros ojos de las kirguises; un puñal clavado hasta la empuñadura en el costado de un lobo estepario; el vertiginoso torbellino de las hélices de un avión; el grito crepuscular de los cuervos; la sobrecogedora visión (a vista de pájaro) de las riberas devastadas del Volga; el hormigueo de los tractores y locomotoras en los dorados campos de trigo; los pozos negros de las hullerías de Kursk; las torres del Kremlin en el océano etéreo; los palcos de terciopelo rojo del teatro; los perfiles fantasmagóricos de las estatuas de bronce a la lumbre de un fuego de artificio; el vuelo de una bailarina envuelta en tul; la enormidad de un incendio en los depósitos de petróleo del puerto; la fatalidad narcotizante de las rimas; una naturaleza muerta con taza de té, cucharilla de plata y avispa ahogada; los ojos violeta de los caballos de tiro; el remolino optimista de las turbinas; la cabeza del comandante Frounzé sobre la mesa de operaciones, el embriagante olor del cloroformo; los desnudos árboles del patio de la Liublianka; los roncos ladridos de los perros en la campaña; el fascinante equilibrio de los bloques de hormigón; el sigiloso paso de un gato tras las huellas de un pardillo en la nieve; los maizales bajo el fuego escalonado de la artillería; las despedidas de amor en el valle del Kama; un cementerio militar cerca de Sebastopol...
Traducción del serbocroata por Pilar Gil Cánovas
Una tumba para Boris Davidovich
Danilo Kis
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