No paro. Llevo en la sangre un nomadismo ancestral, tan riguroso al menos como esos dos polos, el natal y el adoptivo, a los que regreso siempre. Es una necesidad de caminar, de devorar leguas, de conocer tierras, de obtener perspectivas del mundo desde todos los ángulos. Me siento bien cuando contemplo paisajes nuevos, cuando oigo acentos extraños, cuando visito monumentos ignorados. Me da la impresión de que soy más yo bajo mi piel, de que estoy más de acuerdo conmigo mismo, de que soy más dueño de mis certidumbres. Es como si cada uno de estos horizontes, en que soy un extraño, me devolviese entero, despojado de todas esas inevitables complicidades que la costumbre va tejiendo en nosotros, y virginalmente capaz de arriesgar juicios tan temerarios e irrefrenables como declaraciones de amor.
Traducción de Eloísa Álvarez
Diario (1932-1987)
Miguel Torga
2 comentarios:
Sentirse más uno mismo... Una experiencia maravillosa frente a lo extraño (o, mejor, ante lo extraño). Saludos cordiales.
Tienes muchísima razón. Lo nuevo nos renueva. Nos enriquece. Lo viejo nos asienta. El difícil equilibrio entre costumbre y novedad.
Un fuerte abrazo, amiga Isabel.
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