lunes, 16 de enero de 2012

Arcadia

Ennio Montariello. Il sole sulla schiena.

A veces ponía Aurelio todo su empeño en recordar las fisonomías con las que se encontraba o había encontrado a lo largo de su viaje, esos rostros anónimos, esas vidas de las que sólo sabía un gesto, una apariencia fugaz que pugnaba por aflorar en la superficie de la conciencia, manoteando afanosamente entre la ingente turba de las larvas de la memoria. Pero la memoria es un instrumento demasiado viejo y precario, y los rostros que ante él habían circulado, débilmente prendidos al vértigo de los instantes, eran como esas pompas de jabón a las que su fantástica e irisada belleza, ni lo perfecto de su forma evita que, nada más rozadas, se desvanezcan en el aire y desaparezcan de la existencia sin dejar ningún rastro que pueda pregonar su esplendor aniquilado.
Hay rostros que se nos antojan rebosantes de carácter y de alma, rostros y ademanes quizá hermosos, pero que con la lejanía o la ausencia (y eso es la sustancia del viaje: alejarse y ausentarse) se disgregan cuando queremos recrearlos, como ocurre con ciertos libros muy antiguos, cuyas hojas se desmenuzan al contacto con el aire o con los dedos, de suerte que de ellos puede decirse: con el final de la lectura el libro muere.

Arcadia (1981)
Ignacio Gómez de Liaño

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