miércoles, 29 de febrero de 2012

Retrasados y desaparecidos

Montague Dawson. Crepúsculo.

A menudo recorro con melancólica ansiedad el espacio reservado en los periódicos a la sección que lleva por título general "Información Marítima". Allí encuentro los nombres de barcos que he conocido. Cada años desaparecen algunos de estos nombres: los nombres de viejos amigos. "Tempi ¡passati!".
Los diferentes apartados de esa clase de noticias van dispuestos en un orden que apenas si varía en sus concisos titulares. Y en primer lugar viene "Comunicados", informes de barcos que han sido avistados y con los que se han cruzado señales en el mar: se indica nombre, puerto, procedencia, destino, días de travesía, y con frecuencia se termina con las palabras "Todo bien a bordo". A continuación vienen "Naufragios y Accidentes", una serie de sueltos más bien larga, a menos que el tiempo haya sido bueno y despejado, y propicio a los barcos por todo el globo.
Algunos días aparece el epígrafe "Retrasados", una ominosa amenaza de pérdida y dolor temblando aún en la balanza del destino. Para un marino hay ya algo de siniestro en la misma agrupación de las letras que forman esta palabra, clara en su significado y que rara vez amenaza en vano.
Sólo unos pocos días más tarde -pavorosamente pocos para los corazones que ya se habían aprestado valerosamente a agarrarse al clavo ardiendo de la espera y de la esperanza-, tres semanas, un mes después tal vez, el nombre de los barcos emponzoñados por el epígrafe de "Retrasados" volverá a aparecer en la columna de "Información Marítima", pero bajo la declaración final de "Desaparecidos".

Traducción de Javier Marías

El espejo del mar
Joseph Conrad

martes, 28 de febrero de 2012

La secta del Loto Blanco

Antonio Blanca. A la luz de la vela.

Había una vez un hombre que pertenecía a la secta del Loto Blanco. Muchos, deseosos de dominar las artes tenebrosas, lo tomaban por maestro.
Un día el mago quiso salir. Entonces colocó en el vestíbulo un tazón cubierto con otro tazón y ordenó a los discípulos que los cuidaran. Les dijo que no descubrieran los tazones ni vieran lo que había adentro.
Apenas se alejó, levantaron la tapa y vieron que en el tazón había agua pura y en el agua un barquito de paja, con mástiles y velamen. Sorprendidos, lo empujaron con el dedo. El barco se volcó. De prisa lo enderezaron y volvieron a tapar el tazón.
El mago apareció inmediatamente y les dijo:
-¿Por qué me habéis desobedecido?
Los discípulos se pusieron de pie y negaron.
El mago declaró:
-Mi nave ha zozobrado en el confín del Mar Amarillo. ¿Cómo os atrevéis a engañarme?
Una tarde, encendió en un rincón del patio una pequeña vela. Les ordenó que la cuidaran del viento. Había pasado la segunda vigilia y el mago no había vuelto. Cansados y soñolientos, los discípulos se acostaron y se durmieron. Al otro día la vela estaba apagada. La encendieron de nuevo.
El mago apareció inmediatamente y les dijo:
-¿Por qué me habéis desobedecido?
Los discípulos negaron.
-De veras, no hemos dormido. ¿Cómo iba a apagarse la luz?
El mago les dijo:
-Quince leguas erré en la oscuridad de los desiertos tibetanos y ahora queréis engañarme.
Esto atemorizó a los discípulos.

Tomado del libro Antología de la literatura fantástica, de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo.

Chinesische Volksmaerchen
Richard Wilhelm

lunes, 27 de febrero de 2012

El camino no elegido

Robert Frost, fotografiado por Howard Sochurek (1957).

Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo,
Y apenado por no poder tomar los dos
Siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie
Mirando uno de ellos tan lejos como pude,
Hasta donde se perdía en la espesura;

Entonces tomé el otro, imparcialmente,
Y habiendo tenido quizás la elección acertada,
Pues era tupido y requería uso;
Aunque en cuanto a lo que vi allí
Hubiera elegido cualquiera de los dos.

Y ambos esa mañana yacían igualmente,
¡Oh, había guardado aquel primero para otro día!
Aun sabiendo el modo en que las cosas siguen adelante,
Dudé si debía haber regresado sobre mis pasos.

Debo estar diciendo esto con un suspiro
De aquí a la eternidad:
Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,
Yo tomé el menos transitado,
Y eso hizo toda la diferencia.

Traducción de Agustí Bartra

El camino no elegido
Robert Frost

domingo, 26 de febrero de 2012

El puerto

Franz Radziwill. Puerto de Bremen (1935).

Un puerto es morada encantadora para un alma fatigada de las luchas de la vida. La amplitud del cielo, la arquitectura móvil de las nubes, el colorido cambiante del mar, el centelleo de los faros, son un prisma adecuado maravillosamente para distraer los ojos sin cansarlos nunca. Las formas ebeltas de los navíos de aparejo complicado, a los que la marejada imprime oscilaciones armoniosas, sirven para mantener en el alma el gusto del ritmo y de la belleza. Y además, sobre todo hay una especie de placer misterioso y aristocrático para el que ya no tiene curiosidad ni ambición en contemplar, tendido en el mirador o apoyado de codos en el muelle, todos los movimientos de los que se van y de los que vuelven, de los que tienen todavía fuerza para querer, deseo de viajar o de enriquecerse.

Traducción: Bibliotecas Populares Cervantes

Pequeños poemas en prosa
Charles Baudelaire

sábado, 25 de febrero de 2012

Una mecenas

Lazer Fundora. Lejanía.

La hermosa y sensual señora se acostaba con los jóvenes escritores nacionales para mejorar la calidad de la nueva literatura erótica mexicana.

Una mecenas
José de la Colina

viernes, 24 de febrero de 2012

Los apuntes de Malte Laurids Brigge

Stop Wengenroth. Her Majesty. Su Majestad (1975).

¡Oh, qué suerte feliz, sentarse en el cuarto tranquilo de una casa heredada entre cosas claras, tranquilas, bien posadas y escuchar fuera, en el jardín ligero, verde-claro, los primeros pájaros que se ensayan y, en la lejanía, el reloj de la aldea! Sentarse y mirar un tibio trecho del sol de la tarde y saber mucho de las muchachas antiguas y ser poeta. Y pensar que yo también hubiera sido un poeta así, si hubiera podido vivir en algún sitio, en alguna parte del mundo, en una de las muchas casas de campo cerradas, de las que nadie se preocupa. Hubiera necesitado un solo cuarto (el cuarto claro en la torre). Allí dentro, hubiera vivido con mis viejas cosas, los libros. Y habría tenido una butaca y flores y perros y un bastón fuerte para el camino pedregoso. Y nada más. Sólo un libro encuadernado en cuero amarillento, marfileño, con un viejo dibujo de flores en el forro; en él habría escrito. Habría escrito mucho, porque habría tenido muchos pensamientos y recuerdos de muchos.
Pero ha sido de otro modo, Dios sabrá por qué. Mis viejos muebles se pudren en un granero, donde los he podido dejar, y yo mismo, sí, Dios mío, no tengo techo encima de mí, y me llueve en los ojos.

Traducción de José Mª Valverde

Los apuntes de Malte Laurids Brigge
Rainer Maria Rilke

jueves, 23 de febrero de 2012

En mi biblioteca

E. M. Forster en el King's College, Cambridge, 1968. Foto: Edward Leigh.

En mi biblioteca se entra y se sale en un instante, pues la mayoría de los libros se encuentran en una misma habitación. Tengo algunos más en una alcoba, una salita de estar y un armarito del cuarto de baño, pero la mayoría está en lo que por cortesía llamaremos biblioteca.

En medio de la habitación se levanta un curioso objeto: una librería que antaño perteneció a mi abuelo. Por delante tiene un pequeño anaquel que, sustentado en dos columnillas torneadas de madera, sobresale del resto del mueble, y la parte posterior tiene un lustre reciente. Hay quien dice que en otro tiempo fue un mueble-cama. Ha permanecido en semejante posición en medio del estudio por espacio de más de un siglo (hay que decir, a todo esto, que mi abuelo fue clérigo rural) ; pero sea o no un mueble-cama, es original y tiene un cierto encanto; por mi parte, he tratado de llenarlo con libros que den una impresión de seriedad acorde con su pasado. Están, entre otras, las obras teológicas de Isaac Barrow, trece volúmenes en piel de becerro, estampados con escudos de los colegios universitarios; las obras de John Milton, en cinco volúmenes y con una encuadernación semejante; el Diario de Evelyn, en piel de ternera, el Tucídides de Arnold, Tácito, Homero... También pueden verse entre los anaqueles las obras de mi abuelo, títulos como Un lenguaje primitivo, El Apocalipsis como clave de sí mismo y El mahometismo desvelado. ¿Ha leído el lector las obras de mi abuelo? ¿No? Pues yo tampoco.

No tengo ex libris propio (¿demasiado modesto?, ¿o demasiada molestia?) , y ni siquiera soy capaz de colocar bien los libros (¿es mejor por temas?, ¿por tamaños?) . Un viejo Froissart de gran tamaño ¿debe estar junto al Atlas del Time o al lado de un pequeño Phillipe de Comines? No los sacudo y limpio el polvo tanto como debiera, ni paso una capa de aceite a los lomos de piel ni los tengo bien alineados: no están sometidos a una disciplina. Sólo por la noche, apagadas las luces, cuando las cortinas están echadas y el fuego chisporrotea en el hogar, vuelven en sí, alcanzando una dignidad colectiva. Resulta particularmente agradable sentarse con ellos un par de minutos a la luz del fuego del hogar, sin leer, ni siquiera pensar, pero a sabiendas de que ellos, con la sabiduría acumulada y el deleite que contienen, aguardan el momento de ser utilizados, y que mi biblioteca, en su imperfección, es sucesora de las grandes bibliotecas particulares del pasado.

Traducción de Manuel García Viso y Aurelio Martínez Benito

Ensayos críticos
Edward M. Forster

miércoles, 22 de febrero de 2012

La propiedad es sagrada e inviolable

Azorín. Las confesiones de un pequeño filósofo.

Casi todos los colegiales teníamos nuestras "arquillas". ¿Qué encerraba yo en la mía? Ya no lo recuerdo; acaso un álbum de calcomanías, un lápiz rojo, un espejico de bolsillo, un membrillo, que yo voy partiendo poco a poco y comiéndomelo; un libro pequeño con las tapas pajizas, que yo leo a escondidas con avidez... Las arquillas eran unas cajas pequeñas de madera, cerradas, con un asidero en la tapa. Cuando nos sentábamos ante nuestros pupitres, en seguida abríamos en los ratos de asueto en que por causa de lluvia no podíamos ir al patio, en seguida abríamos nuestra arquilla. Yo recuerdo el olor a membrillo -el mismo de las grandes arcas de casa- que se exhalaba de la mía cuando levantaba la tapa. Y luego sentía una viva satisfacción en ir revolviendo las cosas que había dentro; el lápiz, el espejo, las calcomanías, rojas y verdes, que pegaba en los libros.
Ésta era una de nuestras grandes satisfacciones; pero un día, a un escolapio, no recuerdo cuál, le pareció que estas arquillas eran una cosa abominable; decidió suprimirlas. Y aquel día, en que yo veo a mis compañeros cada uno con su caja yendo a depositarla a los pies del tirano, yo lo tengo por uno de los más ominosos de mi niñez; y todavía hoy me siento indignado ante aquel despojo de mi propiedad, sagrada e inviolable.

Las confesiones de un pequeño filósofo
Azorín

martes, 21 de febrero de 2012

Guillermo Tell

André Thévet. Guillermo Tell (Vidas y Retratos de Hombres Ilustres, París, 1584)

Federico Schiller (1759-1805), alemán, autor romántico de primera fila, junto con el genial Goethe, es el autor de este drama donde se escenifica la historia auténtica del héroe suizo Guillermo Tell.

Los suizos gimen bajo la dominación austríaca. El gobernador Gessler es su déspota. Guillermo Tell, un valiente cazador, se dedica a salvar las vidas de sus compatriotas perseguidos por la tiranía.
Los oprimidos se reúnen para tramar una conjuración que derroque aquel estado de terror y despotismo. Los tres cantones o provincias se unen en la rebelión.
Un nuevo acto de terror de Gessler tiene lugar: hace poner un sombrero en una pica clavada en la plaza. Todo el mundo ha de rendir pleitesía a este símbolo de la tiranía.
Guillermo Tell, que pasa por aquel lugar con su hijo Walter, deja, por inadvertencia, de hacer el saludo exigido. Detenido por el desacato, Gessler le impone como castigo el de mostrar su habilidad de arquero clavando una flecha en una manzana colocada sobre la cabeza del joven Walter. Tell pide perdón, se humilla. Pero en vano: la orden ha de ser cumplida. Guillermo Tell realiza la proeza con éxito; e inútilmente, porque después es reducido a prisión.
Para conducirle a la cárcel, sus guardias han de atravesar un lago. Una tormenta les sorprende en el viaje. Guillermo Tell tiene que tomar el mando de la barca; la conduce a tierra, y huye en la noche.
A partir de entonces no cejará su empeño de vengar las tropelías del tirano. Cierto día sorprende a Gessler en un paso de la montaña. Con una flecha mata al déspota, y Suiza queda librada.

100 Novelas famosas (1960)
Enrique Sordo

lunes, 20 de febrero de 2012

El camino

Alfred Weissenegger. Art nude. (Desnudo artístico)

Yo soy el camino.

Estoy como una flecha
indicando a lo lejos,
pero en la lejanía
me pierdo.

Quien me siga
hacia allá, hacia acá, hacia aquí,
ha de ponerse en camino
a la fuerza.

En camino y perderse.
(1996)

Traducción de Josefina Vidal Morera

El camino
Cees Nooteboom

"El Viajero"


"El viajero no tiene alados los pies, que los enseña toscos y romos: a juego con el lastre que lleva en el corazón. Al viajero le duelen ya los pies de tanto andar y, sin ambargo, el viajero no quisiera detenerse jamás de los jamases: morir en medio del camino, como un viejo caballo, y con las abarcas puestas, según es uso de pastores, resulta una noble suerte de muerte, un hermoso final para andarines con la ilusión mojada por la lluvia del tiempo y con plomo en las escarmentadas alas del alma."

"El calendario del corazón"

Camilo José Cela

Viaje al Pirineo de Lérida.

domingo, 19 de febrero de 2012

La dicha de vivir

Leopoldo Lugones. Filosofícula.

Poco antes de la oración en el huerto, un hombre tristísimo que había ido para ver a Jesús, conversaba con Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.
-Yo soy el resucitado de Naím -dijo el hombre-. Antes de mi muerte, me regocijaba con el vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan sólo. Ahora nada de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?
-Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el apóstol--. Es como si aquél volviese a nacer en la pureza del párvulo.
-Así lo creía y por eso vengo.
-¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?
-Que me devuelva mis pecados -suspiró el hombre.

Filosofícula (1924)
Leopoldo Lugones

Libro del desasosiego

Almada Negreiros. Retrato de Fernando Pessoa.

349

¿Qué es viajar, y para qué sirve viajar? Cualquier ocaso es el ocaso; no es menester ir a verlo a Constantinopla. ¿La sensación de liberación que nace de los viajes? Puedo sentirla saliendo de Lisboa hacia Benfica, y sentirla más intensamente que quién va de Lisboa a la China, porque si la liberación no está en mí, no está, para mí, en ninguna parte. "Cualquier carretera", ha dicho Carlyle, "hasta esta carretera de Entepfuhl, te lleva hasta el fin del mundo". Pero la carretera de Entepfuhl, si se la sigue toda, hasta el final, vuelve a Entepfuhl; de modo que el Entepfuhl, donde ya estábamos, es ese mismo fin del mundo que íbamos a buscar.

Traducción de Ángel Crespo

Libro del desasosiego
Fernando Pessoa

jueves, 16 de febrero de 2012

Testamento

Harry Kwinkelenberg. Bureau. Escritorio.

No le dejo nada a nadie. El resto pueden repartírselo.

Testamento
José Luis Zárate

miércoles, 15 de febrero de 2012

Yo soy el Pueblo, la chusma


Carl Sandburg, fotografiado por Edward J. Steichen en 1935.

Yo soy el Pueblo, la chusma, la multitud, la masa.
¿Sabéis que todas las grandes obras que existen en el mundo las he hecho yo?
Soy el obrero, el inventor, el que fabrica los alimentos y los vestidos del mundo.
Soy el público de la Historia. Los Napoleones y los Lincolns han salido de mí. Ellos mueren. Y entonces yo mando a buscar más Napoleones y Lincolns.
Soy la semilla de la tierra. Soy una pradera que soportará muchas labranzas. Terribles tempestades pasan sobre mí. Yo olvido. Todo menos la Muerte se acerca a mí, me hace trabajar y renuncia a lo que tengo. Y yo olvido.
A veces gruño, sacudo mi cuerpo y esparzo algunas gotas rojas para que la Historia recuerde. Luego me olvido.
Cuando yo, el Pueblo, aprenda a recordar; cuando yo, el Pueblo, aproveche las lecciones de ayer y no me olvide de quien me robó el año pasado o me tomó por tonto... no habrá entonces en el mundo ningún orador que diga: "El Pueblo" con un acento de burla en la voz o sonriendo despreciativamente.
La Chusma, la multitud, la masa... entonces llegará.

Versión de Agustí Bartra

Yo soy el Pueblo, la chusma
Carl Sandburg

martes, 14 de febrero de 2012

La historia el señor Sommer

Patrick Süskind. La historia del señor Sommer.

Decía que, en esta región, a menos de dos kilómetros de nuestra casa, vivía un hombre llamado "señor Sommer". Nadie sabía cuál era su nombre de pila, si Peter o Paul, Heinrich o Franz-Xaver, ni si era doctor Sommer o profesor Sommer, o profesor-doctor Sommer- se le conocía únicamente por el nombre de "señor Sommer". Nadie sabía tampoco si el señor Sommer ejercía un oficio o profesión, si lo tenía siquiera o lo tuvo alguna vez. Sólo se sabía que la señora Sommer sí lo tenía: hacía muñecas.

Nadie sabía de dónde habían venido los Sommer. Un día llegaron- ella, en autobús, y él, a pie - y allí estaban. No tenían hijos ni parientes ni nadie que les visitara.
Pese a que de los Sommer, y del señor Sommer en particular, se ignoraba casi todo, puede decirse que, por aquel entonces, el señor Sommer era la persona más famosa de la región. En un radio de por lo menos sesenta kilómetros alrededor del lago, no había nadie, hombre mujer o niño -ni siquiera perro-, que no conociera al señor Sommer, porque el señor Sommer estaba siempre andando de un lado para otro. Desde por la mañana temprano hasta la noche, el señor Sommer no paraba de andar. No había en todo el año ni un solo día en el que el señor Sommer no saliera a caminar. Ya nevara o granizara, tronara o lloviera a cántaros, abrasara el sol o se acercara un huracán, el señor Sommer estaba de excursión.

¿Y a dónde le llevaban sus caminatas? ¿Cuál era el destino de sus marchas interminables? ¿Por qué y para qué andaba el señor Sommer doce, catorce o dieciséis horas al día? No se sabía.

Traducción del alemán por Ana Mª De La Fuente.

La historia del señor Sommer
Patrick Süskind

domingo, 12 de febrero de 2012

El Tiempo, gran escultor

Annick Boubattier. Dans les villes. En las ciudades.

El día en que una estatua está terminada, su vida, en cierto sentido, empieza. Se ha salvado la primera etapa que, mediante los cuidados del escultor, la ha llevado desde el bloque hasta la forma humana; una segunda etapa, en el transcurso de los siglos, a través de alternativas de adoración, de admiración, de amor, de desprecio o de indiferencia, por grados sucesivos de erosión y desgaste, la irá devolviendo poco a poco al estado de mineral informe al que la había sustraído su escultor.
No hace falta decir que ya no nos queda ninguna estatua griega tal y como la conocieron sus contemporáneos: apenas sí advertimos, por aquí y por allá, en la cabellera de alguna Core o de algún Curos del siglo VI, unas huellas de color rojizo, semejantes hoy a la más pálida alheña, que atestiguan su antigua cualidad de estatuas policromadas, vivas con la vida intensa y casi terrorífica de maniquíes e ídolos que, por añadidura, fueran también obras de arte. Estos duros objetos, moldeados a imitación de las formas de la vida orgánica, han padecido a su manera lo equivalente al cansancio, al envejecimiento, a la desgracia. Han cambiado igual que el tiempo nos cambia a nosotros. Las sevicias de los cristianos o de los bárbaros, las condiciones en que pasaron bajo tierra sus siglos de abandono hasta el momento del decubrimiento que nos los devolvió, las reparaciones buenas o torpes que sufrieron o de las que se beneficiaron, la suciedad o la pátina auténticas o falsas, todo, hasta la misma atmósfera de los museos en donde hoy yacen enterrados, contribuye a marcar para siempre su cuerpo de metal o piedra.

Traducción de Emma Calatayud

El Tiempo, gran escultor
Marguerite Yourcenar

sábado, 11 de febrero de 2012

Aquellos veranos

Alex Alemany. Mundo infantil.

Lentos veranos de niñez
Con monte y mar, con horas tersas,
Horas tendidas sobre playas
Entre los juegos de la arena,
Cuando el aire más ancho y libre
Nunca embebe nada que muera,
Y se ahondan los regocijos
En luz de vacación sin tregua,
El porvenir no tiene término,
La vida es lujo y va muy lenta.

Clamor
Jorge Guillén

viernes, 10 de febrero de 2012

El secreto del bosque viejo

Rene Lynch. La vida secreta de los bosques.

Dicha verdad se había revelado muchas veces, pero nadie creía en ella. Parecerá inverosímil, pero todavía hay gente en el valle de Fondo que no se ha dado cuenta de la realidad. Incluso, si leyesen estas páginas, seguirían, seguramente, tan incrédulos como antes: hasta tal punto dominan en aquellos espíritus los prejuicios y la superstición.
Ya desde lejanas edades pudo advertirse que el "Bosque Viejo" no era como los demás bosques. Esta creencia debía necesariamente ser aceptada por todos aunque no lo confesasen. Ahora bien, la diferencia que había entre este bosque y los demás nadie podría explicarla.
Fue al principio del siglo pasado cuando se hizo el descubrimiento. La particularidad que distinguía al "Bosque Viejo" supo verla perfectamente el abate Dom Marco Marioni durante una excursión que realizó por aquel valle. Parece que el descubrimiento no le extrañó demasiado, por lo que su referencia es breve. Esta referencia la hizo en sus Notas sobre Geología e Historia Natural de un sacerdote viajero, publicadas en 1836, en Verona.
Son notas sencillas y claras:
"Cuando estuve en Fondo, recorrí un magnífico bosque que las gentes de allí llaman el "Bosque Viejo" y que es notable por la altura de sus árboles, que a veces son más elevados que el campanario de San Calimero. Enseguida comprendí que aquellos árboles estaban habitados por genios, como ocurre en los bosques de otras regiones. Los habitantes del valle, a los que pedí informes, parecían ignorarlo. En cada árbol hay un genio que algunas veces se muestra al exterior en forma de hombre o animal. Se trata de seres benévolos y sencillos, incapaces de perjudicar al hombre. La extensión del bosque alcanza..."
Marioni fue, pues, el único naturalista que ha escrito sobre los genios del "Bosque Viejo".

Traducción de Antonio Espina

El secreto del bosque viejo
Dino Buzzati

jueves, 9 de febrero de 2012

Felicidad

Christian Deberdt. Le vieux saule. El viejo sauce

NADA más que esto es el curso de toda vida:
al final, uno se desata de toda cosa.
¿Qué es lo que me ha vuelto a dar un momento de felicidad?
Un horizonte brumoso, un bosque esfumado.

Traducción del holandés de Henriette Colin

Antología
J. C. Bloem

miércoles, 8 de febrero de 2012

En una Estación del Metro

Claude Tenot. Muchacha en la Estación.

Durante más de un año había estado intentando escribir un poema sobre algo muy hermoso que me ocurrió en el Metro de París. Salí de un tren en La Concorde, creo, y entre los empujones vi una cara bonita, y luego, al volverme, otra y otra, y luego un hermoso rostro de niño y luego otro. Todo el día traté de encontrar palabras para expresar lo que esto me hizo sentir. Aquella noche, mientras iba a casa por la calle Raynouard, todavía lo intentaba. No podía conseguir más que manchas de color. Recuerdo que pensaba que, de haber sido pintor, podía haber comenzado una nueva escuela de pintura. Traté de escribir el poema unas semanas más tarde en Italia, pero me pareció inútil. Luego, la otra noche, mientras me preguntaba cómo podía contar la aventura, recordé que en el Japón, donde una obra de arte no se estima por su extensión y dónde diecisiete sílabas son suficientes para hacer un poema si se las ordena y se las puntúa debidamente, uno puede hacer un poemita muy corto que podría traducirse así:

La aparición de estos rostros en la multitud
pétalos sobre una húmeda rama negra.

Y allí o en otra civilización muy antigua y muy serena, alguien podría entender el significado.

Traducción de María José Sánchez Carrasco

En una Estación del Metro
Ezra Pound

martes, 7 de febrero de 2012

Tankas

La Luna. Foto de Lewis M. Rutherford (4 de marzo de 1865).

Alto en la cumbre
Todo el jardín es luna,
Luna de oro.
Más precioso es el roce
De tu boca en la sombra.

La ajena copa,
La espada que fue espada
En otra mano,
La luna de la calle,
¿Dime, acaso no bastan?

Bajo la luna
El tigre de oro y sombra
Mira sus garras.
No sabe que en el alba
Han destrozado un hombre.

El oro de los tigres (1972)
Jorge Luis Borges

lunes, 6 de febrero de 2012

Ojos

Jahn Henne. Un gato negro (2008).

Es divertido observar en la oscuridad el brillo de bestia nocturna que tiene los ojos de tu gato. Hasta que recuerdas que no tienes gato.

Ojos
José Luis Zárate

domingo, 5 de febrero de 2012

Oda marítima

Carl Wilhelm Barth. Marina.

¡Oh fugas continuas, idas, ebriedad de lo Diverso!
¡Alma eterna de los navegantes y de las navegaciones!
¡Cascos reflejados lentamente en las aguas
cuando el navío zarpa del puerto!
Flotar como alma de la vida, partir como voz,
vivir el momento temblorosamente sobre aguas eternas.
Despertar a días más directos que los días de Europa,
ver puertos misteriosos sobre la soledad del mar,
doblar cabos lejanos hacia súbitos vastos paisajes
en innumerables laderas atónitas...

Traducción de Ángel Campos Pánpano

Oda marítima (Fragmento)
Fernando Pessoa

sábado, 4 de febrero de 2012

El rumor y la historia

Joop Moesman. El rumor (1941).

Los emperadores de la antigua Roma sentían esta plaga del rumor, y tanto que llegaron a nombrar delatores, cuya misión era la de mezclarse con la "gente de la calle" y llevar al palacio imperial la voz del pueblo. Los chismes del día se consideraban excelente barómetro de los sentimientos populares. Llegado el momento, los delatores se veían en la necesidad de lanzar una contraofensiva de rumores de su propia colección. ¡La guerra psicológica no es tan moderna!
El episodio del incendio de Roma en el año 64 de nuestra era nos proporciona un ejemplo interesante. Según el análisis que Chadwick ha efectuado de las pruebas, la plebe admitió y difundió el rumor de que Nerón, soberano por cierto no muy popular, si no había iniciado él mismo la conflagración había por lo menos cometido la aberración de deleitarse con el bárbaro placer de componer una oda a las llamas devoradoras. De nada le valió a Nerón el hecho de que el rumor fuera infundado. En defensa propia, echó mano del recurso del "contrarrumor", haciendo circular la voz de que los cristianos, aun más aborrecidos que su propia persona, habían prendido fuego a la ciudad. Esta versión resultó en verdad aún más afín a los prejuicios y temores corrientes. Bien podía ser "cosas de cristianos", de los aborrecidos cristianos, un acto de esa naturaleza, y así se volcó de pronto sobre estas víctimas expiatorias la furia de la plebe, olvidando de momento su hostilidad para con Nerón.

Traducción de José Clementi

Psicología del rumor
Gordon W. Allport, Leo Postman

viernes, 3 de febrero de 2012

Jean Giono

Michael McCurdy. Plantando bellotas.

En su maravillosa historia de Elzéard Bouffier, Giono parece querer inspirar un vasto programa de reforestación capaz de renovar toda la tierra. A su confianza en el futuro, Giono le llamó espérance, es decir, esperanza; no espoir, que es el vocablo masculino para definir la esperanza, sino espérance, la forma femenina que designa un permanente estado esperanzador, o ese saber vivir siempre con el sosiego que infunde la esperanza.¿De dónde brota esa fuente de esperanza, se pregunta Giono?
En su opinión, la esperanza debe brotar de la literatura y de la profesión de poeta. Los autores solamente tienen que escribir. Y, para ser consecuentes, tienen la obligación de profesar la esperanza, a cambio de su derecho a vivir y a escribir. El poeta debe conocer el efecto mágico de ciertas palabras: heno, hierba, praderas, sauces, ríos, abetos, montañas, colinas. Giono pensaba que la gente sufre tanto encerrada entre cuatro paredes que ya nadie recuerda lo que significa ser libres. Los seres humanos no han sido creados para vivir para siempre en bloques de vecinos y viajando en metro, porque sus pies arden en deseos de caminar por la hieba, o de deslizarse a través de una corriente de agua. La misión del poeta es recordarnos esa belleza: los árboles balanceándose en la brisa, o los pinos gimiendo bajo la nieve en los puertos de montaña, o los blancos caballos salvajes galopando entre las olas.
"¿Sabes una cosa? -me dijo Giono-. Hay momentos en la vida en que es preciso partir como un rayo en pos de la esperanza".

Traducción de Manuel Pereira

Epílogo a 'El hombre que plantaba árboles'
Norma L. Goodrich

jueves, 2 de febrero de 2012

El mono piensa en ese tema

Pirodon. El mono escritor.

¿Por qué será tan atractivo -pensaba el mono en otra ocasión, cuando le dio por la literatura- y al mismo tiempo como tan sin gracia ese tema del escritor que no escribe, o el del que se pasa la vida preparándose para producir una obra maestra y poco a poco va convirtiéndose en mero lector mecánico de libros cada vez más importantes pero que en realidad no le interesan, o el socorrido (el más universal) del que cuando ha perfeccionado un estilo se encuentra con que no tiene nada qué decir, o el del que entre más inteligente es, menos escribe, en tanto que a su alrededor otros quizá no tan inteligentes como él y a quienes él conoce y desprecia un poco publican obras que todo el mundo comenta y que en efecto a veces son hasta buenas, o el del que en alguna forma ha logrado fama de inteligente y se tortura pensando que sus amigos esperan de él que escriba algo, y lo hace, con el único resultado de que sus amigos empiezan a sospechar de su inteligencia y de vez en cuando se suicida, o el del tonto que se cree inteligente y escribe cosas tan inteligentes que los inteligentes se admiran, o el del que ni es inteligente ni tonto ni escribe ni nadie conoce ni existe ni nada?

La oveja negra y demás fábulas (1969)
Augusto Monterroso