Julio Cobo. Libros con paño.
Cuando Michel de Montaigne hereda la
casa, encuentra una torre redonda, alta y sólida, que su padre había
dispuesto, según parece, con fines defensivos. En la oscuridad de la
planta baja había una pequeña capilla, en la cual un fresco medio
borrado representaba a San Miguel abatiendo al dragón. Una angosta
escalera de caracol conducía a una habitación redonda del primer piso,
que, por su aislamiento, escogió Montaigne para su alcoba. Sin embargo,
para él el lugar más importante de la casa estará en el piso de encima,
una especie de cuarto trastero, hasta entonces "el espacio más inútil de
todo el edificio". Decidió convertirlo en un lugar de meditación. Desde
aquella habitación tenía vistas a su casa y a sus campos. Cuando la
curiosidad le incitaba, podía ver lo que ocurría y vigilarlo todo. Pero
nadie podía vigilarle a él y nadie le podía molestar en aquél su retiro.
El espacio era lo bastante amplio como para poder pasear por él, ya que
Montaigne confiesa que sólo podía pensar a gusto estando en movimiento.
Allí hizo instalar la biblioteca que había heredado de La Boétie, y la
suya propia. Las vigas del techo las decoró con cincuenta y cuatro
máximas latinas, de modo que cuando descansaba o levantaba la vista
siempre se tropezaba con alguna palabra sabia o inquietante. Sólo la
última, la 54, estaba en francés y decía: Que sais- je? "¿Qué sé yo?".
"Saber
que puedo alegrarme con ellos cuando me plazca hace que me sienta
satisfecho con su posesión. Nunca voy de viaje sin libros, ni en tiempos
de guerra ni en tiempos de paz. Pero a menudo pasan días, y aun meses,
sin echarles un vistazo. Con el tiempo ya lo leeré, me digo a mí mismo, o
mañana, o cuando me venga bien... ".
Traducción de Claudio Gancho.
El legado de Europa
Stefan Zweig
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