Jack Kerouac en Nueva York, fotografiado por Allen Ginsberg (1953).
El vagabundo norteamericano siempre está en la
calle mientras haya policías, como decía Louis Ferdinand Céline, con
"una línea de crimen y nueve de aburrimiento", porque no teniendo nada
que hacer en medio de la noche, después que todo el mundo se ha ido a
dormir, molestan al primer ser humano que ven caminando. Molestan hasta a
los enamorados en las playas. Es que no saben qué hacer con su tiempo,
en esos automóviles policiales de cinco mil dólares, con transmisores y
receptores de Dick Tracy, sino molestar a todo lo que se mueve en el día
o en la noche, todo lo que parece moverse independientemente de la
gasolina, electricidad, ejército o policía. Yo también fui un vagabundo,
pero tuve que desistir alrededor de 1956, a causa de los crecientes
relatos de televisión sobre la abominabilidad de los forasteros, con
morrales, que paseaban por los pueblos, completamente solos e
independientes: una patrulla de tres automóviles me rodeó a las tres de
la madrugada, en Tuckson, Arizona, cuando morral al hombro me dirigía a
pasar una agradable noche bajo la brillante luna del desierto:
-¿A dónde vas? -me dijeron.
-A dormir.
-¿A dormir dónde?
-En la arena.
-¿Por qué?
-Tengo mi saco de dormir.
¿Por qué?
-Estoy estudiando los grandes paisajes.
-¿Quién eres? Muéstrame tus documentos de identidad.
-Acabo de pasar un verano trabajando en el Servicio Forestal.
-¿Te pagaron?
-Sí.
-¿Entonces por qué no vas a un hotel?
-Me gusta el aire libre, es más barato.
-¿Por qué?
-Porque estoy aprendiendo a vivir como vagabundo.
-¿Qué significa eso?
Querían que les diera una explicación
de mi vagabundaje y estuvieron a punto de enjaularme, pero fui sincero y
ellos terminaron rascándose la cabeza y diciendo: -Bueno, vete, si eso
es lo que quieres-. No me ofrecieron llevarme en automóvil hasta el
desierto.
Traducción: Revista Quimera.
El vagabundo norteamericano
Jack Kerouac
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