Frank Vining Smith. Romance de navegación.
En la Naturaleza, en los árboles y en
las plantas hay una vaga sombra de justicia y de bondad; en el mar, no;
el mar nos sonríe, nos acaricia, nos amenaza, nos aplasta
caprichosamente.
Si a uno le coge mozo como a mí, le moldea de una manera definitiva, le hace marino para siempre; al que de niño se entrega a su poder con el alma cándida, con la inteligencia virgen, le convierte en su esclavo.
Para el pescador, para el hombre ignorante y sencillo que no puede apoyar sus ideas en las bases de la ciencia, el mar es un tirano, le engaña, le adula, le seduce, le ahoga. Para el pobre marinero, el mar es el summum del interés, del encanto, de la variedad. Esos trabajadores míseros, cuya vida es una continua lucha y un esfuerzo titánico y desproporcionado, son muchas veces felices, y el mar, su enemigo el mar, el monstruo incomprensible, llena su existencia y hace su felicidad.
Para nosotros, los marinos de altura, el mar es principalmente una ruta, es casi exclusivamente un camino. Pero ¡qué camino!
Yo no olvidaré nunca la primera vez que atravesé el Océano. Todavía el barco de vela dominaba el mundo.
¡Qué época aquella! Yo no digo que el mar entonces fuera mejor, no; pero sí más poético, más misterioso, más desconocido.
Hoy, el mar se industrializa por momentos; el marino, en su barco de hierro, sabe cuándo anda, cuándo va a parar; tiene los días, las horas contadas... ; entonces, no; se iba llevando la casualidad, la buena suerte, el viento favorable.
En aquel tiempo, todavía el mundo estaba mal conocido, todavía había derroteros tradicionales y una inmensidad del Océano en blanco, jamás visitado por el hombre. Como el caminante en el desierto sigue las huellas de otro, el marino en alta mar sigue la derrota de los antiguos nautas. Así, los que se dirigían al cabo de Buena Esperanza, al llegar a las islas de Cabo Verde marchaban al Brasil, obedientes a la rutina y al viento, y atravesaban el Atlántico de nuevo.
Si a uno le coge mozo como a mí, le moldea de una manera definitiva, le hace marino para siempre; al que de niño se entrega a su poder con el alma cándida, con la inteligencia virgen, le convierte en su esclavo.
Para el pescador, para el hombre ignorante y sencillo que no puede apoyar sus ideas en las bases de la ciencia, el mar es un tirano, le engaña, le adula, le seduce, le ahoga. Para el pobre marinero, el mar es el summum del interés, del encanto, de la variedad. Esos trabajadores míseros, cuya vida es una continua lucha y un esfuerzo titánico y desproporcionado, son muchas veces felices, y el mar, su enemigo el mar, el monstruo incomprensible, llena su existencia y hace su felicidad.
Para nosotros, los marinos de altura, el mar es principalmente una ruta, es casi exclusivamente un camino. Pero ¡qué camino!
Yo no olvidaré nunca la primera vez que atravesé el Océano. Todavía el barco de vela dominaba el mundo.
¡Qué época aquella! Yo no digo que el mar entonces fuera mejor, no; pero sí más poético, más misterioso, más desconocido.
Hoy, el mar se industrializa por momentos; el marino, en su barco de hierro, sabe cuándo anda, cuándo va a parar; tiene los días, las horas contadas... ; entonces, no; se iba llevando la casualidad, la buena suerte, el viento favorable.
En aquel tiempo, todavía el mundo estaba mal conocido, todavía había derroteros tradicionales y una inmensidad del Océano en blanco, jamás visitado por el hombre. Como el caminante en el desierto sigue las huellas de otro, el marino en alta mar sigue la derrota de los antiguos nautas. Así, los que se dirigían al cabo de Buena Esperanza, al llegar a las islas de Cabo Verde marchaban al Brasil, obedientes a la rutina y al viento, y atravesaban el Atlántico de nuevo.
Las inquietudes de Shanti Andía (1911)
Pío Baroja
Pío Baroja
No hay comentarios:
Publicar un comentario