Rockwell Kent. Amanecer sobre la montaña Bare (Groenlandia).
En la época tal o cual, es decir, hace algunos
años, un día de verano, inicié un viaje a pie, según creo recordar, de
Munich a Würburg. Era un jovenzuelo ágil, tonto e inexperto el que así hechó a volar, vale decir yo mismo.
En Munich había conocido
bastante bien a varias personalidades literarias de categoría, pero las
reuniones artísticas y literarias me habían provocado sensaciones
extrañas y opresivas para las que yo no estaba hecho. No sabría decir
nada más preciso al respecto; sólo sé una cosa: algo tendía a alejarme
de todos los salones donde reinan los refinamientos y disculpas y
llevarme hacia el mundo abierto, donde imperan el viento, la intemperie,
las palabrotas y los modales indelicados y burdos, además de toda
suerte de irreverencias y tosquedades. Siendo yo, como era, joven e
impaciente, no lograba soportar aquellos aires de distinguida madurez.
Todo comportamiento impecable, perfecto, intachable o elegante sólo me
infundía pesar y una especie de temor. ¡Gran Dios todopoderoso y bueno:
qué hermoso es caminar en verano por tu cálida, ancha y tranquila
tierra, con la sed y el hambre honestamente unidos a todo aquello! Todo
tan calmo y luminoso, y el mundo tan vasto.
Traducción Juan José del Solar
Vida de poeta
Robert Walser
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