William Somerset Maugham, fotografiado por Alfred Eisenstaedt.
Está al frente de la B. A. T., y el edificio en que reside es su despacho, despensa y vivienda, todo en uno. Tiene un salón decorado con un tresillo tapizado, aunque un tanto astroso, pegado a las paredes. En medio, una mesa redonda. Cuelga del techo una lámpara de petróleo que da una luz melancólica. Hay una vieja estufa de aceite. En los lugares de rigor cuelgan bien enmarcadas unas cuantas oleografías tomadas de los números navideños de las revistas norteamericanas. Pero él no se sienta a reposar en esta sala. Pasa casi todo su tiempo libre en el dormitorio. En Estados Unidos ha vivido siempre en pensiones, en las que solo el dormitorio le proporcionaba cierta intimidad. Y se ha acostumbrado a vivir en el dormitorio. No le gusta quitarse la chaqueta, pero solo se siente a sus anchas en mangas de camisa. Guarda en el dormitorio sus libros y sus papeles privados. Allí tiene un escritorio y una mecedora.
Ha vivido en China durante cinco años, pero no sabe chino, no tiene el
menor interés por la raza en medio de la cual habrá de pasar con toda
probabilidad los mejores años de su vida. Realiza sus transacciones
comerciales por medio de un intérprete. De las cosas de la casa se ocupa
un criado. De vez en cuando realiza un viaje de casi un millar de
kilómetros hasta Mongolia, una región asilvestrada, escarpada, agreste,
ya sea en carretas chinas o a caballo. Pernocta en las posadas del
camino, en las que se congregan mercaderes, pastores, hombres de armas,
rufianes, gente de mala catadura. Los lugareños de por allá son
pendencieros y turbulentos; cuando crece la intranquilidad, se halla
expuesto a graves riesgos. Pero en el fondo se trata de meros asuntos
comerciales. Se aburre. Siempre que vuelve a su dormitorio, en la sede
de la B.A.T., se alegra sobremanera. Es un gran lector. Solo lee las
revistas norteamericanas; la cantidad de revistas a las que está
suscrito, y que le llegan con cada correo, es asombrosa. Nunca las tira a
la basura. Hay montones de revistas por toda la casa. La ciudad en que
reside es la puerta que comunica China con Mongolia. Habitan en ella los
ajetreados chinos; por sus puertas pasan de continuo los mongoles en
sus caravanas de camellos; incesantes procesiones de carretas tiradas
por bueyes, que traen pieles desde los rincones más distantes de Asia y
que ruedan estruendosamente por las calles atestadas de gente. Se
aburre. Nunca se le ha ocurrido que lleva una vida en la que la
posibilidad de la aventura llama de continuo a su puerta. Solo la
reconoce en la página impresa. Para que le hierva la sangre, requiere el
relato de una proeza acaecida en Tejas o en Nevada, o de alguien que
escapó por los pelos a los mares del Sur.
Traducción de Miguel Martínez-Lage
En un biombo chino
William Somerset Maugham
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