William Somerset Maugham, fotografiado por Alfred Eisenstaedt.
Me condujeron hasta el templo. Se hallaba en la falda de una colina,
ante un semicírculo de montañas pardas que parecía rematar el escenario
con una grandeza más formal, y me indicaron con qué exquisitez, con qué
arte estaban dispuestos los edificios que ascendían por la colina hasta
llegar al último, una joya de mármol blanco rodeada por los árboles,
pues el arquitecto chino había querido que su creación fuese un mero
ornamento de la naturaleza, de modo que empleó los accidentes del
paisaje para completar su plan decorativo. Me indicaron con qué astucia
estaban plantados los árboles en contraste con el mármol de un portal,
de modo que proyectaran aquí una plácida sombra, para que sirvieran allá
como trasfondo, y me invitaron a comentar la admirable proporción de
los grandes tejados que se alzaban unos sobre otros en profusa riqueza,
con la elegancia de las flores; me mostraron que los azulejos amarillos
eran todos de distintos matices, de modo que no hiriese la sensibilidad
una mancha de color, y que en cambio agradase la sutil variedad de las
tonalidades. Me señalaron que las elaboradas molduras de un arco estaban
en contraste con una superficie sin adornos, de modo que el ojo no se
fatigase al contemplarlo. Todo esto me lo enseñaron mientras recorríamos
patios elegantes, puentes que eran un milagro de gracilidad, templos
con extraños dioses oscuros, gesticulantes, pero cuando les pregunté
cuál era el estado espiritual que había dado vida a toda esa masa de
edificaciones no me supieron contestar.
Traducción de Miguel Martínez-Lage
En un biombo chino
William Somerset Maugham
2 comentarios:
Una arquitectura integrada en una naturaleza que no imita al arte.
Salud
Escribo aquí el lema que abre tu blog: "La arquitectura ha de estar al servicio del hombre".
Un fuerte abrazo, amigo Francesc Cornadó.
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