Michel de Montaigne, retratado por Daniel Dumonstier.
El viajar me parece un ejercicio
provechoso. El alma, viajando, percibe cosas desconocidas y nuevas, y,
como digo a menudo, no conozco mejor escuela de formación de la vida que
el proponerle incesantemente la diversidad de muchas otras existencias,
imaginaciones y usanzas, y hacerle saborear la perpetua variedad de
formas de nuestra naturaleza. El cuerpo, al viajar, no está ocioso ni se
fatiga, sino que la moderada agitación del camino estimula sus
alientos.
Por mi parte
amo las lluvias y los barros. No me importan las mutaciones de aire y de
clima; cualquier cielo me es igual, y no me altera nada, fuera de mis
transtornos internos, que incluso me atormentan menos cuando viajo. Es
difícil hacerme mover, pero una vez en marcha voy a donde se quiere
llevarme. Tanto titubeo en acometer una empresa pequeña como una grande,
y equiparme para visitar a un vecino me cuesta tanto trabajo como
equiparme para un viaje. He aprendido a hacer mis viajes a la española,
es decir, en jornadas largas y de un tirón.
Traducción de Juan G. de Luaces
Traducción de Juan G. de Luaces
Ensayos
Michel de Montaigne
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