Roland Barthes, fotografiado por Sophie Bassouls, agencia Corbis, 1978.
La ciencia interpreta la mirada de tres maneras (combinables): en términos de información (la mirada informa), en términos de relación (las miradas se intercambian), en términos de posesión (gracias a la mirada, toco, alcanzo, apreso, soy apresado): tres funciones: óptica, lingüística, háptica. Pero la mirada siempre busca: algo, a alguien. Es un signo inquieto: singular dinámica para un signo; su fuerza lo desborda.
Frente a mi casa, al otro lado de la calle, a la altura de mis ventanas, hay un piso aparentemente desocupado; no obstante, de vez en cuando, como en los mejores folletines policíacos o fantásticos, una presencia, una luz bien entrada la noche, un brazo que sale y cierra un visillo. Como no veo a nadie y yo soy el que miro (escruta) deduzco que no estoy siendo mirado, y dejo abiertas las cortinas. Pero quizás es al contrario: quizá yo soy que, sin cesar, soy intensamente mirado por alguien agazapado. La moraleja de este apólogo sería que, a fuerza de mirar, uno se olvida que puede ser también objeto de miradas. Es más: en el verbo mirar, las fronteras entre voz activa y pasiva son inciertas.
Traducción de C. Fernández Medrano
Lo obvio y lo obtuso
Roland Barthes (1915-1980)
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