Diego Rivera. Tierra y Libertad.
Ni en el carácter ni en los hechos se parecen Madero, Villa y Zapata. Tampoco en las ideas y en los métodos. Cada uno es distinto y único: Madero, el terrateniente educado en Europa y en los Estados Unidos, ferviente teósofo y en comunicación constante con el más allá y los espíritus de los muertos, creyente en la educación y en el cambio pacífico, tolerante y bondadoso, empeñado en transformar a México en una Suiza más grande y civilizada que la de Europa; Villa, el cuatrero convertido en general, el gran soldado y el político confuso, el centauro niño movido por vientos contrarios: una inmensa sed de justicia —mezcla de generosidad y rencor— aliada a una ambición desmesurada, el libertador esclavo de sus pasiones; Zapata, el desconfiado campesino del Sur, astuto y legalista, solitario y comunitario, revolucionario y tradicionalista, poseído por una sola idea, fija y devorante: la vuelta a la mítica edad de oro del comienzo, la comunidad original de los labriegos y artesanos libres, la aldea anterior a la historia. Madero, el libro; Villa, el vendaval; Zapata, la semilla. Nada los une, excepto su fin. No vidas sino muertes paralelas: los tres murieron asesinados por un traidor. Traición: palabra maldita interminablemente repetida a lo largo de nuestra historia. Los diez años del ascenso y la caída de los tres jefes revolucionarios chorrean sangre. Abundaron las acciones heroicas; también las matanzas estúpidas. Inmenso desperdicio de vidas, ideas, talentos, virtudes, tiempo. Al cabo de tantas muertes y de tantas batallas ganadas y perdidas, el lector se pregunta si Bolívar no tuvo razón cuando, al final de sus días y sus trabajos, dijo: aré en el mar.
Al paso (1992)
Octavio Paz
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