Uno de esos díasBien, ¿tendría que repetírselo? ¿Cómo quería que se lo dijera? ¿Acaso no hablaban el mismo idioma? Lo repitió una vez más. Más o menos con las mismas palabras, que, sin embargo, remarcó ahora con un tonillo de irritación que expresaba el incipiente agotamiento de su paciencia.
—Te lo repito, hoy salgo tarde y no puedo ir a retirarlo.
—Pero ya he quedado para jugar al golf —repitió a su vez ella—. ¿Es que no lo entiendes? ¿No me escuchas?
—Por Dios, ¿te das cuenta de que si no lo recogemos hoy nos pasaremos el fin de semana sin él?
—¿Y qué? ¿No tenemos el otro? ¿Para qué queremos los dos coches el fin de semana?—repuso ella.
Él no respondió de inmediato. ¿Qué podía oponer a eso?
—Mira… —empezó.
—Además, por qué no me lo dijiste anoche? No, tenías que esperar a que quedara con mis amigas para decírmelo.
—Santísimo Jesucristo, ¿pero no te entra en la cabecita que se ha terminado de estropear es-ta-ma-ña-na? Cómo iba a decírtelo anoche. Lo que te dije anoche es que se me había calado en un semáforo volviendo a casa, y que la semana pasada le había pasado lo mismo otras dos veces, pero que luego había vuelto a arrancar. ¿Quién no escucha a quién? Te lo dije delante de los chicos, mientras cenábamos. Ellos son testigos.
—¿Los chicos, dices? Siempre igual. No los obligues a tomar partido, te llevarías una sorpresa.
—¿Qué quieres decir? No me vengas…
Asdrúbal Hernández
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