miércoles, 11 de julio de 2018

Poética

Eugénio de Andrade, retratado por Mario Botas, 1980.

De Homero a San Juan de la Cruz, de Virgilio a Alexandre Block, de Li Po a William Blake, de Basho a Cavafys, la mayor ambición del quehacer poético siempre ha sido la misma: Ecce Homo, parece decir cada poema. He aquí al hombre, he aquí su efímero rostro formado por miles y millares de rostros, todos ellos alentando espléndidamente en la tierra, ninguno superior al otro, separados por mil y una diferencias, unidos por mil y una cosa comunes, semejantes y distintos, parecidos todos y, sin embargo, cada uno de ellos único, solitario, desamparado. Es a tal rostro al que el poeta está estrechamente unido. A su rebeldía y en nombre de esa fidelidad. Fidelidad al hombre y a su lúcida esperanza de serlo por completo; fidelidad a la tierra en que hunde las raíces más hondas; fidelidad a la palabra que, en el hombre, es capaz de la verdad última de la sangre, que es también verdad del alma.

Versión de Ángel Crespo

Antología poética (1940-1980)
Eugénio de Andrade

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