domingo, 13 de enero de 2019

Las distracciones de Capri

Jason Brooks. Visite Capri.

En el barco matinal que me llevaba a Capri, tuve la suerte de encontrar a uno de mis viejos amigos de Atenas. Es el más espiritual de los griegos y no habría podido desear mejor compañero de viaje.
Se tiene mucho que decir, cuando no se ha visto desde hace doce años: estábamos como los amigos de Luciano de Samosata, que se encontraron en Rodas para tomar rumbo hacia la diosa y los placeres de Cnido.
En verdad, estábamos algo avergonzados, tanto él como yo, por no haber resistido a la equívoca reputación de Capri. Carecíamos de originalidad. Aunque, en fin, ¿se podía no conocer a Capri, Capri, isola d'amore, como decía el refrán con que nos atronaba el pick-up del barco? Veíamos entre los pasajeros, gente muy austera reposando en las banquetas del puente; suizos, con su gran escudo en el ojal, viejas inglesas, parejas jóvenes. Su ingenuidad nos hacía sonreír: ¿ignoraban que bogaban hacia la isla de las saturnales? "En el fondo, les envidio, me dijo el griego; su conciencia continuará en paz hasta el desembarcadero".
No obstante, las alturas de Capri se dibujaban, cada vez más precisas, delante de nosotros. Atrayentes y abruptas a la vez, como corresponde a un lugar que encierra tantos misterios y que ahoga tantos escándalos. Pero no nos parecieron tener el aspecto de una "jovencita que abandona a las olas su cabellera" ni el de una "sirena desfallecida sobre el mar", expresiones algo floridas que podíamos leer en la guía. El barco enfiló hacia el muelle de Marina Grande; las casas blancas, apretujadas sobre la pendiente de una colina entre dos montañas, recordaban las de una pequeña ciudad de las islas griegas. Mi amigo había apuntado sobre el puerto sus prismáticos, que luego me prestó, sin decir palabra. Creí ver a muchachos y chicas coronados de flores, esperándonos en la orilla, como los de Tahití que acogieron a los marinos de Bougainville. Sólo vi una larga fila de comisionistas de hoteles.
A falta de haber reservado piezas, cada uno de nosotros había retenido, al menos, el nombre de un hotel: "Gaudéamus". El nombre resultaba todo un programa. Gaudeamus igitur... "Regocijémonos pues, mientras somos jóvenes": hasta una canción latina nos animaba a divertirnos en Capri.

Traducción de Lía Susini, Abelardo Arias y Renato Pellegrini

Del Vesubio al Etna (1952)
Roger Peyrefitte

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