lunes, 20 de enero de 2020

Cuaderno de escritura

Rudolph Palais. El escritor.

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Leer y escribir

Pero ¿y si al que lee no le basta con las invenciones fabulosas que otros le dan? ¿Y si no se conforma con el mundo vivido y soñado por los demás, que cada cual adapta a sus necesidades de ilusión? Entonces, no sólo participa en el juego prodigioso de la lectura e inventa unas reglas nuevas a su medida. Es decir, se convierte en escritor, lo cual ya es casi —a pesar de su relativa abundancia— una anomalía de la naturaleza.
Cada escritor, bueno o malo, remeda modestamente la creación y se siente un poco como si añadiera un octavo día al relato del Génesis. No ya en un ambicioso poema o en un gran ciclo novelesco, incluso en lo que pudiera ser la más trivial de las cartas familiares (y Madame de Sévigné no nos dejará mentir) el que escribe nombra las cosas y los sentimientos, no sacándolos de la nada, claro está, pero si haciendo que todo renazca según el orden de las palabras que emplea.
Donde había la confusión, el caos de lo desconocido o de lo demasiado conocido, da igual, el diminuto creador que está manejando la pluma o la máquina de escribir instaura un orden propio que ordena la mescolanza anárquica de lo natural; como un descubridor de Américas, de nuevos continentes, que da nombres a las selvas y a los ríos, urbaniza lo amorfo, construye y funda, bautiza, inspiradamente o no, las tierras ignotas; es decir, rehace el mundo a su imagen.

Cuaderno de escritura (1988)
Carlos Pujol

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