jueves, 13 de febrero de 2020

Icaromenipo

Théophile Steinlen. Gato al claro de luna.

Aún no había ascendido un estadio, cuando la Luna, dejando oír una femenina voz, me dijo: «Menipo, , préstame un servicio ante Zeus; yo por mi parte te desearé un buen viaje». «Sólo tienes que hacerme saber de qué se trata —le respondí—. No hay trabajo pesado, cuando no hay objeto que transportar». «Quiero que seas portador de una embajada y de una súplica para Zeus de mi parte —añadió—. No te serán dificultosas. Estoy cansada, Menipo, de oír innumerables cosas molestas a los filósofos, que no tienen otra ocupación que entrometerse en todo lo mío, y tratar de averiguar cuál es mi naturaleza y mi tamaño y por qué causa me reduzco a la mitad o me vuelvo jorobada. Unos dicen que estoy habitada, otros que a manera de espejo estoy colgada sobre el mar, y otros me atribuyen aquello que cada cual piensa. Finalmente, afirman también que mi luz es producto de robo y bastarda, ya que me llega de arriba, del Sol, y no cejan en su empeño de enemistarme con él, que es mi hermano, y de promover la discordia entre ambos, pues no les basta con lo que han dicho acerca del propio Sol, sosteniendo que es una piedra y una masa incandescente.
Ahora bien, ¡de cuántas acciones suyas estoy yo en el secreto, acciones vergonzosas y despreciables que llevan a cabo noche tras noche quienes durante el día tienen grave y firme semblante y venerable apariencia y atraen hacia sí las miradas de admiración de la gente! Y yo, que veo esto, me callo no obstante, pues considero que sería indecente descubrir e iluminar esas ocupaciones nocturnas y la comedia de la vida de cada uno de ellos. Lejos de eso, cuando veo a alguno de ellos cometer adulterio o robar, o atreverse a alguna otra acción en plena noche, al punto atraigo hacia  mí una nube y me oculto en ella, para no mostrar a la muchedumbre a unos ancianos que deshonran sus espesas barbas y la virtud de que hacen gala. Pero ellos no dejan de despedazarme con sus palabras y de afrentarme por todos los medios, de suerte que, ¡por la Noche te lo juro!, muchas veces tuve el pensamiento de trasladarme a un lugar lo más lejano posible, para huir de sus impertinentes lenguas. Así pues, acuérdate de notificar esto a Zeus y de añadir que para mí es imposible permanecer en mi sitio, sino aniquila a esos filósofos naturalistas, amordaza a los dialécticos, echa abajo el Pórtico, quema la Academia y pone fin a las conversaciones del Perípato. Porque así podría descansar, libre de las mediciones a que ellos me someten a diario».
Así será —le respondí—, y al mismo tiempo remonté mi vuelo, siguiendo un camino

en que no se mostraban huellas de bueyes ni de hombres.

Traducción de Francisco García Yagüe

Icaromenipo o El hombre que viajó por encima de las nubes
Luciano de Samosata (125-181)

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