jueves, 12 de marzo de 2020

Fragmentario

Eugenio Montejo. El taller blanco.

No puede pedirse a los pintores de hoy que crean en Dios, o en alguna forma de divinidad, porque esto, a pesar del furor de los conversos, nadie puede exigírselo a otro. Pero podemos proponerles que traten de pintar el mundo como antes lo hicieron los hombres de vocación religiosa. Sólo así se pondrían un tanto a salvo de los tristes mandatos que impone el mercado de las artes.

Quizá no el mejor consejo —¿cuál podría ser?— pero sí uno que vuelve a mi memoria con frecuencia, me lo proporciona un dato biográfico de Paul Klee. Según cuentan, poco antes de viajar a Italia se hallaba sumido en una honda crisis juvenil, al reconocerse con iguales aptitudes para la poesía, la pintura y la música, sin acertar a decidir por cuál de ellas enrumbarse. Fue entonces cuando se dijo a sí mismo: lo primero, llegar a ser un hombre. Lo demás se seguirá de ello claramente.

El poema es una oración dicha a un Dios que sólo existe mientras dura la oración.

El taller blanco (2012)
Eugenio Montejo

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