jueves, 2 de abril de 2020

Tocar los libros

Ilustración de Peter Kladyk. 

Un libro cada treinta segundos

Los libros, como las personas, tienen sus momentos de encuentro que a veces hay que aprender a posponer. Son como piezas de un puzzle que encajan o no en un sitio preciso por mucho que nos empeñemos en que ocurra lo contrario. Después están los libros que se atraviesan, y con los que no hay manera de llegar a un acuerdo.

Habrá quien me entienda perfectamente y habrá quien piense que es una barbaridad. No sé quien dijo que el acto de leer es uno de los más egoístas y radicalmente personales e intransferibles que existen. La relación con el libro es única y cada uno se la plantea de manera diferente. Vicente Aleixandre, por ejemplo, acostumbraba a leer tumbado sobre un sofá en el que pasaba gran parte del día. Azorín lo hacía hundido en un sillón de orejas, de espaldas a la ventana, junto a una mesa camilla, de faldas, con un brasero y una manta sobre las piernas. Guillén, en su casa de Málaga, leía frente a la ventana, una ventana que daba al mar y que le hacía vivir la ficción de vivir en un matisse.

Libros esguardamillados

No sé quién dijo que cada libro conserva en su interior las huellas del lector que uno fue en otros tiempos, y releer libros es como viajar en la máquina del tiempo; se encuentran notas, firmas, flores prensadas... Ahora me he vuelto perezoso y la mayoría de los libros que leo ni siquiera los firmo. Antes tenía sumo cuidado en que el uso no estropeara la encuadernación ni dejara marcas en el lomo. Ahora, en general, prefiero estar cómodo leyendo aunque la lectura afecte a la integridad física del libro.

Dámaso Alonso, quien tenía una librería de las de escalera —otro nivel—, decía "esguardamillar". Era reticente a prestar sus libros porque, según él, se los devolvían completamente "esguardamillados", cosa que le resultaba del todo intolerable. Por cierto, que es una palabra, "esguardamillar", que aparece en el Diccionario de la Real Academia y que significa desbaratar, descomponer y descuadernar; lo que demuestra los sobrados conocimientos de Dámaso Alonso en lo tocante a los libros prestados. 

A mí, sin embargo, me gustan los libros viejos, incluso los esguardamillados. Una de mis aficiones favoritas consiste en ir a una librería de ocasión y bucear durante horas por los anaqueles y estantes intentando dar con uno de esos tesoros ocultos de los que hablan las leyendas de los libreros de lance.

Porque es sabido que incluso a los más preparados del oficio, a los más avispados, se les escapa en ocasiones un libro raro o curioso, una primera edición, un ejemplar valioso de pequeña tirada o un libro anotado en los márgenes, comentado en las páginas, o que conserva en su interior pequeños tesoros, pistas e indicios de su anterior propietario. De un libro antiguo intriga saber a quién ha pertenecido y, en ocasiones, intriga saber también su peripecia, desde los estantes de una biblioteca particular hasta las baldas de oferta de una librería de lance.

Tocar los libros 
Jesús Marchamalo

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