XXXVIII
La voluntad
¿Es toda nuestra o es ajena nuestra voluntad? Creo que ni toda nuestra, ni toda ajena; pero nos es imposible determinar cuál es nuestra parte y cuál la ajena: la de las cosas, la de los astros, la de las circunstancias. San Juan Climaco vivía en el Sinaí. Se llama Climaco, de climax, gradación, escala; un libro compuso San Juan titulado Escala Espiritual. Escrito en griego, hay de ese libro varios traslados al latín; del latín lo puso en castellano, un castellano numeroso y fluente, fray Luis de Granada. Para mí, que tengo el afán de conciliar el Oriente y el Occidente, la traducción de fray Luis es como la confluencia de las dos civilizaciones, de las dos maneras de sensibilidad. ¡Cuántas veces me he conmovido al oír la misa griega de San Juan Crisóstomo, una misa larga, hora y media, oída en París, de diez de la mañana a once y media, en la iglesia gótica, siglo XIII, de San Julián el Pobre! Don Antonio Quiroga, amante también del rito católico griego, frecuentador también en París de esa iglesia, en el Barrio Latino, junto al Sena, detrás de San Severino, ante Nuestra Señora, me ha hablado muchas veces de los ritos orientales. El problema de la voluntad me hace evocar a la vez el nombre de Quiroga. San Juan Climaco vivió ochenta años; se le llama también el Sinaíta; murió en 605; venciendo su anhelo de soledad, fue elegido abad del Sinaí; dejó el cargo en cuanto pudo y volvió a su codiciado apartamiento. La Escala espiritual, además de ser una delicia de prosa castellana, nos ofrece un modelo de análisis psicológico; lo primero es de fray Luis, y esto segundo, naturalmente, del autor. Suelo yo leer este libro de tarde en tarde; preocupado con mi problema he vuelto estos días a repasarlo. Y he releído en él cierto pasaje que si antes me interesaba me ha interesado mucho más ahora. Habla el autor del desasimiento de las cosas. La cuestión magna de la voluntad está ilustrada en este fragmento con ejemplos curiosos. Dice así San Juan Climaco:
"No debemos condenar aquellas maneras de renunciación que parecen haber sido hechas acaso. Porque visto he yo algunos delincuentes ir huyendo; los cuales como acaso se encontrasen con el rey sin buscarle ellos, fueron recibidos en sus servicios, y contados entre sus caballeros, y recibidos a su mesa y palacio. Vi también algunas veces caerse descuidadamente algunos granos de trigo de las manos del sembrador, los cuales se apoderaron muy bien de la tierra y vinieron después a dar grande fruto. Y vi también algunos ir a casa del médico por algún otro negocio, y haber acertado a recibir en ella la salud que no tenían, y recobrado la vista de los ojos casi perdida. Y de esta manera acaece algunas veces ser más firmes y estables las cosas que suceden sin nuestra voluntad que las que de propósito se hacían."
Las últimas palabras de este fragmento me tornan a la meditación; las doy vueltas en mi cerebro y las amplio y las completo; confusamente todo, en caos indefinible todo; resuelto todo en sensación, honda sensación, inefable sensación, más que en pensamiento: "más firmes y estables las cosas que suceden sin nuestra voluntad que de las que de propósito se hacían".
El escritor (1942)
Azorín
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