lunes, 24 de mayo de 2021

Filosofía del viaje

Alexei Butirskiy. Ensueño de los viajeros.

El último tipo de viajero, y el más notorio, es el turista. Lo he sido a menudo, y por ello no le arrojaré piedras. Desde el excursionista en vacaciones hasta el peregrino sediento de hechos o bellezas, todos los turistas son bien amados de Hermes, el dios de los viajes, que es también patrón de la curiosidad amable y de la mente abierta. Es sabio trasladarse lo más frecuentemente posible desde lo acostumbrado a lo extraño: conserva ágil la mente, destruye los prejuicios y fomenta la jocundia. No creo que la frivolidad, la disipación de la mente y el disgusto por el propio lugar de nacimiento, o la imitación de los modales y las artes extranjeros sean enfermedades graves: matan, pero no matan a nadie que merezca la salvación. Quizá haya algunas veces en ellos como un suspiro de añoranza de lo imposible, un como homenaje a un ideal que está uno condenado a no alcanzar; pero por lo general no nacen de una excesiva familiaridad con cosas extranjeras, sino de escasez de ella; lo último que desea un hombre que verdaderamente aprecia el sabor de algo y comprende su raigambre es generalizarlo o transplantarlo; y cuantas más costumbres y artes haya asimilado el viajero, más profundidad y deleite hallará en las costumbres y las artes de su propia tierra. Ulises recordaba Ítaca. Hubiera admitido de buen talante y con mente clara que ni la grandeza de Troya, ni el encanto de Focea, ni la delicia de Calipso, tenían rival; más eso no podría hacer menos deleitoso para sus oídos el ruido de las olas rompiendo sobre las costas de su tierra natal. Sólo pudiera aumentar la sabiduría y la premura de su preferencia de lo que era naturalmente suyo. El corazón humano es local y finito y tiene raíces: y si la inteligencia irradia de él, según su vigor, a distancias mayores y mayores, lo aprendido, de ser conservado, ha de ir a parar a ese centro. Un hombre conocedor del mundo no puede desearlo; y si no estuviese satisfecho de lo que de él le ha correspondido (que, después de todo, incluye ese conocimiento salvador), poco respecto mostraría por todas esas perfecciones extranjeras que dice admirar. Todas son locales, todas finitas, y ninguna puede ser sino lo que le acontece ser; y si tal limitación y semejante arbitrariedad fueren allí bellas, el viajero no tendrá sino que buscar en lo hondo el principio de su propia vida, y eliminar toda confusión y toda indecisión para conseguir que logre asimismo una expresión perfecta a su manera: y entonces los viajeros sabios también vendrán a su ciudad y ensalzarán su nombre.

Este artículo apareció publicado en España en Revista de Occidente año II 2ªep: 21, Diciembre 1964

Filosofía del viaje
George Santayana (1863-1952)

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