Manuel Jurado. Viajero en el desierto.
Ante el templo romano de Saydnaya
La soledad, a veces, consuela del bullicio,
atempera el ánimo. El silencio es
el descanso del griterío, y la oración
callada es el bálsamo que cicatriza
la herida de los cantos corales.
De tanto hablar con palabras prestadas
se ha secado en el hombre su corazón
primitivo.
Es tiempo de repintar calmosamente las paredes
del alma, colocar los iconos santorales
en orden de jerarquía, mudar el agua
de las rosas aún frescas, avivar el fuego
de las lámparas y sentarse en el patio,
bajo las estrellas, a contarse a uno mismo
la historia que no ha vivido todavía.
Fiesta en el estanque
Arrojaban los cónsules doncellas al estanque
y con redes de oro las sacaban.
Nenúfares flotantes parecían,
anémonas o pétalos de oriente.
Los cónsules festejaban la gloria
de la Legión Trajana,
el anuncio de paz
a la ciudad de Bosra.
En la Puerta del Viento
alzaron estandartes y derramaron
vino
desde los capiteles.
Mas la plebe,
borracha,
esperaba el momento de las revoluciones.
Viajero en el desierto (1993)
Manuel Jurado
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