miércoles, 17 de noviembre de 2021

La lluvia y el rinoceronte

Dan McCarthy. Lluvia.

Thoreau, sentado en su cabaña, criticaba los ferrocarriles. Yo, sentado en la mía, cavilo sobre un mundo que, bueno, ha progresado. Tengo que volver a leer Walden, a ver si Thoreau ya adivinaba que era parte de lo que creía que podría eludir. Pero no es cuestión de «escapar». Ni siquiera es cuestión de protestar de una forma muy audible. Aquí está la tecnología, hasta en la cabaña. Cierto que todavía no han llegado aquí los suministros, y tampoco la General Electric. Cuando los suministros y la General Electric entren del brazo en mi cabaña, sólo será por mi culpa. Lo reconozco. No estoy embromando a nadie, ni a mí mismo. Aguantaré en silencio sus falsas complacencias protectoras. Les dejaré creer que saben qué hago aquí.
Están convencidos de que me divierto.
Esto ya me lo ha hecho comprender, con una sacudida, mi farol Coleman. Hermosa lámpara: quema gas blanco y canta malignamente, pero lanza una espléndida luz verde, a la cual leo a Philoxenos, un ermitaño sirio del siglo VI. Philoxenos encaja con la lluvia y el festival de la noche. Sobre eso volveremos después. Mientras tanto: ¿qué me dice mi lámpara Coleman? (La doctrina Coleman está impresa en la caja de cartón que, con remordimientos, no he utilizado como debía, sino que he tirado al cobertizo, detrás de los leños de nogal). Coleman dice que la luz es buena, y tiene una razón: Prolonga el día para dar más horas de diversión. ¿No puedo estar en el bosque sin ninguna razón especia? Estar en el bosque, simplemente, de noche, en la cabaña, es algo demasiado estupendo para ser justificado o explicado. Es, simplemente. Siempre hay unas pocas personas en el bosque, de noche, bajo la lluvia (porque si no, se habría acabado el mundo) y yo soy una de ellas. No nos divertimos, no hacemos nada, no prolongamos nuestros días, y si nos divirtiéramos, nuestra diversión no se mediría por horas. Aunque en realidad, eso parece ser el divertirse: un estado de difusa excitación que se puede medir con el reloj y «prolongar» con un artilugio. 
No hay reloj que pueda medir el lenguaje de esta lluvia que cae toda la noche sobre el bosque inundado y solitario. 

Traducción de José María Valverde

La lluvia y el rinoceronte (1965)
Thomas Merton

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