miércoles, 3 de noviembre de 2021

Las cortesanas

Serge Marshennikov. Sueños.

«En la cima de la montaña se ven las fundaciones del templo de Afrodita... La riqueza del santuario consistía en las ofrendas de sus cortesanas, que pasaban de mil». A medida que nos acercamos a la altura, estas líneas de una guía cualquiera nos obsesionan como el estribillo de una canción... «Por aquí debe ser» —me dice Mauricio—. Y mientras los demás viajeros corren en busca de la fuente Pirene y de las huellas de Pegaso, nosotros nos detenemos alucinados ante unas cuantas piedras informes. «Sí —continúa mi amigo—, de seguro fue aquí... de seguro fue en este sitio admirable desde el cual se descubre todo el mar y todo el istmo...». Luego, reuniendo sus vagas visiones, evoca los cortejos de magníficas cortesanas que venían hasta este acrópolis erótico para interceder a favor de Grecia, pidiendo a la divina Cipris su protección. «¡Las cortesanas griegas! —exclama—. ¡Las sacerdotisas admirables que hicieron del amor un culto, de la voluptuosidad un rito, de la belleza una virtud!...». ¡Las cortesanas griegas!... Con sólo pronunciar esas palabras aquí, en Corinto, en la patria de Lais, todo su cortejo de visiones aparece entre versos de poetas y oraciones de amantes... Es Leoncia, es Glicere, es Baquis, es Gnaparkia, es Lais... Y Mauricio pronuncia esos nombres como se pronuncian las sílabas que designan las bellas islas desconocidas de los mares lejanos... Porque en este todo es misterio y todo es literatura.

La Grecia eterna (1908)
Enrique Gómez Carrillo 

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