Figura sentada. Dinastía XIII. Estatua cubo. Museo Británico.
Sólo después de una larga y gradual sumisión a un conjunto de convencionalismos tradicionales pudo haber llegado un escultor a una transacción tan perfecta entre humanidad y geometría como ésta. La escultura egipcia era notoriamente conservadora, salvo un leve momento de incómoda libertad bajo el faraón "hereje", Akhenaton. Fue una servidora de la religión del Estado, y como tal se interesaba por los símbolos del poder más que por las personalidades. De ahí que trate abstracciones, pero abstracciones tan completas que sólo pudieron haber sido inventadas relativamente tarde (esta estatua fue tallada unos mil quinientos años a. de C.) en la historia egipcia. Es imposible decir si el artista intentó convertir un cubo en un hombre o reducir a un hombre a la forma de un cubo.
La estatua "representa" (si puede decirse que algo tan formulario es una representación) un superintendente del Tesoro de tiempos de Hatshepsut y Tutmés III, y la inscripción nos da su nombre y cargo, pero no es un retrato, y no hay más que vagos indicios de las ropas que lleva y de su tocado. La función de la estatua es señalar la posición de la tumba del tesorero.
El modelado del cubo, la sutil indicación de los brazos plegados sobre las rodillas, la diagonal de los muslos ocultos, la curva de la espinilla, la indicación esquemática de las manos extendidas, son muestras de un dominio completo de la forma escultórica. Hasta las orejas son abstracciones formularias.
Esta figura, símbolo intemporal del funcionarismo impersonal, hubo de ser tallada en un material intemporal. El granito pulimentado resultó impenetrable a los estragos de los años. Es exactamente lo que era cuando el escultor la terminó hace treinta y cuatro siglos.
Traducción de Florentino Martínez Torner
Las artes del hombre (1963)
Eric Newton
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