domingo, 7 de octubre de 2012

De noche a noche

M. C. Escher. Villa italiana.

Al atardecer, abandonaba en ferrocarril la gran ciudad. Partía para una orilla lejana en la que me esperaba la guerra, partía y regresaba al mismo tiempo. Pero en las paredes violáceas de las casas -inmensas y misteriosas a causa de la noche-, resplandecían centenares de luces; las ventanas y los balcones aparecían iluminados. Porque todavía no había empezado la verdadera y reglamentaria noche de guerra, la cual, en agosto, suele empezar casi siempre a las nueve. Debido a esto, miraba yo con tristeza aquellas luces, sopesando lo que decían a mi corazón. El tren, al pasar ante las enormes aglomeraciones urbanas, me dejaba contemplar las casas iluminadas y desconocidas, con una mujer que lavaba los platos, un hombre que leía el periódico, dos ancianas que charlaban, un niño que hacía ruido sentado a una mesa, hombres que jugaban a las cartas... ¡Mil vidas distintas! Veía, también, en las calles oscuras, sombras de parejas casi inmóviles y seguramente felices. De cuando en cuando, veía también las luces de un palacio, en el que los mayordomos esperaban la hora prescrita para dejar anunciar la cena. La ciudad seguía viviendo sin saber nada de mí, me olvidaba por completo, no conocía de mí ni siquiera el nombre.

Traducción de Rafael Olivar

Los siete mensajeros
Dino Buzzati

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