Arthur Braginsky. Reina de la noche.
Bueno, puede ser cualquier cosa. Puede
ser una voz, una imagen, puede que sea un momento de profunda
desesperación personal. Por ejemplo, con "Ragtime" estaba tan
desesperado por escribir algo, que estaba frente a la pared de mi
estudio en mi casa, en New Rochelle, y empecé a escribir sobre la pared.
Los escritores a veces tenemos días así. Después escribí sobre la casa
que iba junto con la pared. Se construyó en 1906, ¡sabe?, de modo que me puse a
pensar en esa época, y sobre qué aspecto tendría entonces Broadview
Avenue: tranvías que iban de un extremo de la avenida a los pies de la
colina; la gente vestía de blanco en verano para ir más fresca. Teddy
Roosevel era presidente. Una cosa llevaba a la otra y así es cómo empezó
el libro, de la desesperación a esas pocas imágenes. Con Loon Lake, sin
embargo, fue tan sólo un fuerte sentido del lugar, una emoción intensa
cuando me encontré en las Adirondacks después de haber pasado muchos
años lejos de allí... y todo esto llegó en un punto en que vi una señal,
una señal de tráfico: Loon Lake. Así que puede ser cualquier cosa... me
gustó el sonido de las dos palabras juntas -Loon Lake- . Surgieron esas
imágenes con las que empezar: un tren privado circulando de noche por
una vía de un solo sentido a través de las Adirondacks y con un montón
de gángsters dentro, y una hermosa muchacha, desnuda, sujetando un
vestido blanco frente al espejo decidiendo si debía ponérselo. No sabía
de dónde venían estos gángsters. Sí sabía dónde iban: al campamento de
un ricachón de ésos. Hace muchos años, los ricos de verdad descubrieron
la naturaleza en las montañas al este de los Estados Unidos. Y
construyeron esos campamentos extraordinarios (C. W. Post, Harriman,
Morgan), y convirtieron la naturaleza en un lujo personal. De modo que
me imaginé uno de estos campamentos, con estos gángsters, esa gente de
los bajos fondos metida en un tren que va por una vía privada. Eso fue
lo que me hizo empezar. Seguí pensando en esas imágenes y de dónde
habían venido. Eran los años treinta, realmente el peor momento para que
nadie tuviera un tren privado, como tiene hoy alguna gente sus aviones a
reacción privados. Era la época de la depresión, de forma que el que
viera ese tren tenía obviamente que ser un trotamundos, un vagabundo.
Ahí estaba mi personaje, Joe, en el frío, en la oscuridad de la noche,
viendo cómo se acercaba, cegándole, la luz del faro de la máquina del
tren según doblaba una curva, y viendo luego al pasar el tren, cómo le
servían bebidas a esta gente en mesas de tapete verde, y a la chica de
pie en su compartimento sujetando el vestido. Al alba se pone en camino,
siguiendo las vías en la dirección en la que desapareció el tren. Y ya
estaba listo para empezar una aventura, como yo.
Traducción: Revista Quimera (Número 88)
De la inspiración
E. L. Doctorow
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