Eso había sido dos veranos atrás, un tiempo suficimiente largo para él como para que ya hubiera olvidado, al parecer, la causa por la que dejó su trabajo: la mujer del amo le descubrió copulando con una de las aves. Se convino que sólo él, el amo y su mujer, que fue inflexible pero a la vez generosa, sabrían la verdad. De los tres empleados él era el único soltero; a él le dejaban hacer creer, llegado el caso, que su despido se debía a la ola de calor, que ese verano asfixió a un tercio de la población de pollos y redujo los quehaceres de la granja.Lo que no estoy dispuesta a tolerar -le dijo a su marido en la cama- es a un depravado merodeando por aquí. Ya te dije, cuando le contrataste, que me parecía que no estaba en sus cabales. ¿Le falta un tornillo o algo así para hacer una cosa como ésa? Su marido permaneció mudo, sin desviar la mirada del libro cerrado que tenía en las manos. Él mismo parecía un libro cerrado. Pero a la mañana siguiente, menos por convicción propia que por complacer a su mujer, fue a hablar con él.Recibió la paga equivalente al medio año que le restaba de contrato y un presente para su madre, que no se tomó nada bien la elección del regalo ni la de su hijo como cabeza de turco. ¿Acaso su chico encendía y apagaba el sol a su antojo?
"Sin título, todavía"
4 comentarios:
¿Acaso su chico encendía y apagaba el sol a su antojo? ¡Pero que recojonudamente bueno eres, Gavilán!
Gracias, Ar Lor. Es otro párrafo más de lo último que va saliendo. ¿Recuerdas la granja donde se metía en moldes la mierda? No sé qué saldrá de todo esto, pero sé que tengo algo entre manos y debo darle cuerda para que me lleve a lo deconocido.
Es el riesgo que todo escritor debe correr, alumbrarse con un fósforo en un almacén lleno de palabras explosivas.
Je, je,je, qué imagen tan cojonuda la del fósforo en un almacén de palabras explosivas.
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