Siempre había vivido como si fuera en un tren. Ávido de cosas reales, entendiendo su propia vida como ese continuo correr, hacia lo que aún no era, lo que estaba escondido, en el horizonte remoto. Siempre había visto la vida como desde un tren en marcha, cuyo destino no parecía ir a cumplirse nunca. El iba en ese tren y por sus ventanillas veía pasar los pueblos ensimismados, los campos inmóviles, y absortos en ellos la multitud atareada, invariable, los hombres y mujeres que se quedaban eternamente en los lugares que él iba dejando atrás, como las páginas ya leídas de un libro vertiginoso, como el discurrir implacable de las estaciones y de los días.
El Amigo De Las Mujeres
Gustavo Martín Garzo
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