-¿ Quieres volar, señorita ?- inquirió Zorbas.
Afortunada los miró uno a uno antes de responder.
-¡ Sí ! ¡ Por favor, enséñenme a volar !
Los gatos maullaron su alegría y enseguida se pusieron patas a la obra. Habían esperado largamente aquel momento. Con toda la paciencia que caracteriza a los gatos habían esperado a que la joven gaviota les comunicara sus deseos de volar, porque una ancestral sabiduría les hacía comprender que volar es una decisión muy personal. Y el más feliz de todos era Sabelotodo, que ya había encontrado los fundamentos del vuelo en el tomo doce, letra L de la enciclopedia, y por eso se encargaría de dirigir las operaciones.
-¡ Lista para el despegue !- indicó Sabelotodo.
-¡ Lista para el despegue !- anunció Afortunada.
- Empiece el carreteo por la pista empujando para atrás el suelo con los puntos de apoyo a y b- ordenó Sabelotodo
Afortunada empezó a avanzar, pero lentamente, como si patinara sobre ruedas mal engrasadas.
-¡ Más velocidad !- exigió Sabelotodo.
La joven gaviota avanzó un poco más rápido.
-¡ Ahora extienda los puntos c y d !- intruyó Sabelotodo.
Afortunada extendió las alas mientras avanzaba.
-¡ Ahora levante el punto e !- ordenó Sabelotodo.
Afortunada elevó las plumas de la rabadilla.
-¡ Y ahora, mueva de arriba abajo los puntos c y d para empujar el aire hacia abajo y simultáneamente encoja los puntos a y b !- intruyó Sabelotodo.
Afortunada batió las alas, encogió las patas, se elevó un par de palmos, pero de inmediato cayó como un fardo.
De un salto los gatos bajaron de la estantería y corrieron hacia ella. La encontraron con los ojos llenos de lágrimas.
-¡ Soy una inútil ! ¡ Soy una inútil !- repetía desconsolada.
- Nunca se vuela al primer intento, pero lo conseguirás. Te lo prometo- maulló Zorbas lamiéndole la cabeza.
Sabelotodo trataba de encontrar el fallo revisando una y otra vez la máquina de volar de Leonardo.
Historia de una gaviota
Luis Sepúlveda
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