El hombre apareció un mediodía, sin que se sepa cómo ni por dónde. Fue visto en todos los boliches de Ivivaromí, bebiendo como no se ha visto beber a nadie, si se exceptúan Rivet y Juan Brown.Vestía bombachas de soldado paraguayo, zapatillas sin medias y una mugrienta boina blanca terciada sobre el ojo. Fuera de beber, el hombre no hizo otra cosa que cantar alabanzas a su bastón -un nudoso palo sin cáscara-, que ofrecía a todos los peones para que trataran de romperlo. Uno tras otro los peones probaron sobre las baldosas de piedra el bastón milagroso que, en efecto, resistía a todos los golpes. Su dueño, recostado de espaldas al mostrador y cruzado de piernas, sonreía satisfecho. Al día siguiente el hombre fue visto a la misma hora y en los mismos boliches, con su famoso bastón. Desapareció luego, hasta que un mes más tarde se le vio dese el bar avanzar al crepúsculo por entre las ruinas, en compañía del químico Rivet. Pero esta vez supimos quién era.
Horacio Quiroga
4 comentarios:
Del justamente célebre decálogo sobre el cuento de Horacio Quiroga, siempre he destacado el que recomienda narrar como si los acontecimientos sólo tuvieran importancia para los personajes. Es mi faro.
Totalmente de acuerdo en que los acontecimientos sólo conciernen a los personajes y a nadie más.
Somerset Maugham escribió que el narrador era el que apaga la luz.Y el narrador jamás se lo comunicará a sus personajes.Ese es su secreto.
¿Alguien sabe, si alguien consiguió romper ese maldito bastón?
¡Yo lo romperé en tus costillas como no te dejes ver de una vez!
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