Diálogo en re mayorA las seis y dos minutos -cuando ya estaba acariciando la idea de viajar solo- irrumpe en mi departamento otro pasajero. Es un tipo gordo, de piel cetrina, embutido en un traje de dril que le viene demasiado estrecho. No soy hombre que disimule sus sentimientos. Apenas respondo a su sonoro saludo. Me cruzo de brazos y vuelvo la mirada al andén, dándole a entender que me fastidia su presencia.Al gordo, sin embargo, no le intimida mi recibimiento. Y no tarda en encontrar una excusa para empezar a hablar. Tras el brusco arranque de la locomotora, esboza una sonrisa de circustancias, disculpando la impericia del maquinista y enseguida, como surgidas al azar, lanza las primeras palabras, los tópicos de siempre, que poco a poco,sin necesidad de que yo intervenga, va enlazando unos con otros. A juzgar por la movilidad de su expresión, el intruso debe ser una de esas personas extrovertidas, ridículamente satisfechas de sí mismas, que confían en un pretendido magnetismo personal y, sobre todo, en la buena disposición de la gente para aceptar el diálogo.
Javier Tomeo
1 comentario:
¡Buena entrada, Higinio!El estilo de Tomeo es tan original, que obtendrá algún día el Premio Nobel.
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