sábado, 14 de junio de 2008

El Viage de un Filósofo a Selenópolis


VIAGE
DE UN FILÓSOFO
A SELENÓPOLIS,
CORTE DESCONOCIDA
DE LOS HABITANTES DE LA TIERRA,
ESCRITO POR ÉL MISMO,
Y PUBLICADO
POR
D. A. M. y E.


Absorto ya en los profundos cálculos y con mi cabeza repleta de proyectos físico-metafísico-quiméricos tocaba yo el término de mi operación cuando de repente me distrajo un susurro confuso de voces que creí bastante cerca de mí. Júzguese de mi sorpresa, sabiendo que estaba en un paraje donde me creía absolutamente solo: estuve casi tentado por creer que pues algunos viajeros habían visto peces volantes, podía muy bien suceder que me hallase en una república de peces locuaces. Sobrecogido por esta idea maravillosa, me adelanté a toda prisa hacia el sitio de donde salían los sonidos; pero, ¡cuánta fue mi admiración al encontrarme allí con un bajel de estructura singular, cuyo fondo movible podía recibir alternativamente una forma convexa o cóncava! El maderaje era de corcho, el árbol de navío de caña, las velas de un tejido muy tupido y superior por su finura a nuestras mejores telas, y todo el cordaje de estos hilos llamados cabellos de ángel: el equipaje tenía por remos unos abanicos enormes y por áncora una especie de escarabajo con una cola tan larga como la de un cometa de la sexta clase, llena de innumerables vejigas. Una infinita multitud de personas, las más del bello sexo, se estaban embarcando con mucha alegría para el país que suple algunas veces benignamente a la falta del sol sobre la Tierra, y que, en lenguaje astronómico y común, se llama la Luna. Seguí con presteza la tropa festiva, y apenas entré en el navío cuando el piloto, favorecido de una niebla espesa por donde flotaba el buque, levó el áncora y se hizo a la vela. Fue tan dichosa la navegación (gracias a un vientecillo de tierra que soplaba verticalmente), que habiendo pasado las tempestades que se forman en la región media, nos hallamos en tres segundos y siete tercios, en los confines de la atmósfera. Allí los pasajeros físicos, después de haber calculado por sus diferentes cómputos, decidieron magistralmente que habíamos ya hecho dieciocho leguas de veinticinco al grado. Atravesamos además cerca de doscientas de aurora boreal, después de lo que, habiendo mandado nuestro jefe dejar toda maniobra, superflua en lo sucesivo y muy expuesta en el punto del pasaje del lleno en el vacío, nuestro bajel agitado por muchos vaivenes bastante violentos, ocasionados por el choque tenaz y perpetuo entre la fuerza centrípeta y la centrífuga, padecía un movimiento oscilatorio que daba mucho cuidado al piloto. Cuando en fin a fuerza de virar y revirar, un golpe de timón dado transversalmente, habiéndonos hecho escapar por un feliz tangente, nos sentimos arrastrados por una fuerza invencible en razón directa de la masa e inversa del cuadrado de la distancia, fuerza tan real como desconocida que, aumentándose, estuvo para estrellarnos. Pero la habilidad del Piloto, intrépido calculador del infinito, habiéndonos hecho atravesar a fuerza de X. y de Y. la región hiperbórea, esquivar el Cárpatos y doblar el Tauro, llegamos en fin a la Palestina y echamos áncoras al pie del Sinaí. Encantado yo de alegría por verme en un país que con tanta ansia había deseado conocer de diferente modo que por mi telescopio y por los extravíos de mi imaginación, me arrebaté de gozo considerando los descubrimientos maravillosos que iba a hacer allí para enriquecer con ellos nuestro globo a mi vuelta y representar en mi patria un papel tanto más importante como que podría decidir abiertamente sobre lo que había visto con mis propios ojos, tocado con mis propias manos, oído con mis propias orejas y observado con mi propio juicio. Pero, ¡ay de mí! Cuánta distancia hay de la imaginación a la verdad. No podría explicar mi confusión y sentimientos cuando después de haber recorrido diferentes climas, frecuentado las cortes, visitado los sabios, los filósofos, los anticuarios y los controversistas, llegué a conocer que había emprendido un viaje inútil: que la Luna como satélite de la Tierra a la cual está sometida por las leyes de la gravitación y tal vez por el aspecto convexo de su figura, tenía necesariamente las mismas leyes, los mismos gustos, usos, costumbres, preocupaciones, en fin, que todo era allí lo mismo que en nuestra Tierra.

El Viage de un Filósofo a Selenópolis
Antonio Marqués y Espejo

1 comentario:

Ar Lor dijo...

El Viage de un Filósofo es una traducción de la obra de Daniel Jost de Villeneuve ( Señor de Listonai), titulada "Le Voyageur Philosophe dans un pais inconnu aux habitans de la Terre". Parece que Don Antonio Marqúes y Espejo, no hace mención de este "pequeño detalle". Incluso en listas anglosajonas de autores de viajes a la luna, se le menciona a é y a su "obra" y no se menciona a Villeneuve.