sábado, 12 de julio de 2008

Richard Booth

El año pasado anduve por Hay on Wye, aldea galesa que comparte con el muchacho que estuvo siete días dando saltos sobre un solo pie y con el hombre que arrastró un tren de diez vagones con la dentadura, esa antología de lo que es capaz de hacer el ser humano por figurar en: el Libro Guinnes de los Records. Hay on Wye se ganó unos renglones en ese inverosímil volumen gracias a Richard Booth, que se empeñó en convertir la aldea en la capital mundial del libro, cosa que consiguió por el sencillo método de ir comprando todos los edificios para después atestarlos de libros.
Asomada a las aguas del río Wye, Hay fue alguna vez una aldea de campesinos que no sospechaban lo que les depararía el futuro. Es un pueblo típicamente británico, ya saben, de esos que salen tan a menudo en las novelas de las Brontë, Jane Austen o Thomas Hardy, cosa que nos ahorra cualquier descripción. Hay incluso, en lo alto del monte al que se va arrimando la aldea, un castillo normando.
La holandesa errante
Juan Bonilla

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