lunes, 4 de agosto de 2008

Andrómeda y Perseo (IV)

Giorgio Vasari: Perseo y Andrómeda
Metamorfhoseon
Liber IV (663-690)
Perseus et Andromeda
Clauserat Hippotades Aetnaeo carcere ventos,
admonitorque operum caelo clarissimus alto

Lucifer ortus erat: pennis ligat ille resumptis
parte ab utraque pedes teloque accingitur unco
et liquidum motis talaribus aera findit.
gentibus innumeris circumque infraque relictis
Aethiopum populos Cepheaque conspicit arva.

illic inmeritam maternae pendere linguae
Andromedan poenas iniustus iusserat Ammon;
quam simul ad duras religatam bracchia cautes
vidit Abantiades, nisi quod levis aura capillos
moverat et tepido manabant lumina fletu,

marmoreum ratus esset opus; trahit inscius ignes
et stupet et visae correptus imagine formae
paene suas quatere est oblitus in aere pennas.
ut stetit, 'o' dixit 'non istis digna catenis,
sed quibus inter se cupidi iunguntur amantes,

pande requirenti nomen terraeque tuumque,
et cur vincla geras.' primo silet illa nec audet
adpellare virum virgo, manibusque modestos
celasset vultus, si non religata fuisset;
lumina, quod potuit, lacrimis inplevit obortis.

saepius instanti, sua ne delicta fateri
nolle videretur, nomen terraeque suumque,
quantaque maternae fuerit fiducia formae,
indicat, et nondum memoratis omnibus unda
insonuit, veniensque inmenso belua ponto

inminet et latum sub pectore possidet aequor.

Metamorfosis
Libro IV (663-690)
Perseo y Andrómeda
Había encerrado el Hipótada en su eterna cárcel a los vientos
e, invitador a los quehaceres, clarísimo en el alto cielo,

el Lucero había surgido: con sus alas retomadas ata él
por ambas partes sus pies y de su arma arponada se ciñe
y el fluente aire, movidos sus talares, hiende.
Gentes innumerables alrededor y debajo había dejado:
de los etíopes los pueblos y los campos cefeos divisa.

Allí, sin ella merecerlo, expiar los castigos de la lengua
de su madre a Andrómeda, injusto, había ordenado Amón;
a la cual, una vez que a unos duros arrecifes atados sus brazos
la vio el Abantíada –si no porque una leve brisa le había movido
los cabellos, y de tibio llanto manaban sus luces,

de mármol una obra la habría considerado–, contrae sin él saber unos fuegos
y se queda suspendido y, arrebatado por la imagen de la vista hermosura,
casi de agitar se olvidó en el aire sus plumas.
Cuando estuvo de pie: “Oh”, dijo, “mujer no digna, de estas cadenas,
sino de esas con las que entre sí se unen los deseosos amantes,

revélame, que te lo pregunto, el nombre de tu tierra y el tuyo
y por qué ataduras llevas.” Primero calla ella y no se atreve
a dirigirse a un hombre, una virgen, y con sus manos su modesto
rostro habría tapado si no atada hubiera estado;
sus luces, lo que pudo, de lágrimas llenó brotadas.

Al que más veces la instaba, para que delitos suyos confesar
no pareciera que ella no quería, el nombre de su tierra y el suyo,
y cuánta fuera la arrogancia de la materna hermosura
revela, y todavía no recordadas todas las cosas, la onda
resonó, y llegando un monstruo por el inmenso ponto

se eleva sobre él y ancha superficie bajo su pecho ocupa.

Metamorfosis
Libro IV
Ovidio

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