jueves, 14 de agosto de 2008

La caída de Ícaro

Pieter Brueghel el Viejo: Paisaje con la caída de Ícaro
Metamorphoseon
Liber VIII (204-236)
Daedalus et Icarus
instruit et natum 'medio' que 'ut limite curras,
Icare,' ait 'moneo, ne, si demissior ibis,
unda gravet pennas, si celsior, ignis adurat:
inter utrumque vola. nec te spectare Booten
aut Helicen iubeo strictumque Orionis ensem:
me duce carpe viam!' pariter praecepta volandi
tradit et ignotas umeris accommodat alas.
inter opus monitusque genae maduere seniles,
et patriae tremuere manus; dedit oscula nato
non iterum repetenda suo pennisque levatus
ante volat comitique timet, velut ales, ab alto
quae teneram prolem produxit in aera nido,
hortaturque sequi damnosasque erudit artes
et movet ipse suas et nati respicit alas.
hos aliquis tremula dum captat harundine pisces,
aut pastor baculo stivave innixus arator
vidit et obstipuit, quique aethera carpere possent,
credidit esse deos. et iam Iunonia laeva
parte Samos (fuerant Delosque Parosque relictae)
dextra Lebinthos erat fecundaque melle Calymne,
cum puer audaci coepit gaudere volatu
deseruitque ducem caelique cupidine tractus
altius egit iter. rapidi vicinia solis
mollit odoratas, pennarum vincula, ceras;
tabuerant cerae: nudos quatit ille lacertos,
remigioque carens non ullas percipit auras,
oraque caerulea patrium clamantia nomen
excipiuntur aqua, quae nomen traxit ab illo.
at pater infelix, nec iam pater, 'Icare,' dixit,
'Icare,' dixit 'ubi es? qua te regione requiram?'
'Icare' dicebat: pennas aspexit in undis
devovitque suas artes corpusque sepulcro
condidit, et tellus a nomine dicta sepulti.

Metamorfosis
Libro VIII (204-236)
Dédalo e Ícaro
Instruye también a su nacido y: “Por la mitad de la senda que corras,
Ícaro”, dice, “te advierto, para que no, si más abatido irás,
la onda grave tus plumas, si más elevado, el fuego las abrase.
Entre lo uno y lo otro vuela, y que no mires el Boyero
o la Ursa te mando, y la empuñada de Orión espada.
Conmigo de guía coge el camino.” Al par los preceptos del volar
le entrega y desconocidas para sus hombros le acomoda las alas.
Entre esta obra y los consejos, su mejillas se mojaron de anciano,
y sus manos paternas le temblaron. Dio unos besos al nacido suyo
que de nuevo no había de repetir, y con sus alas elevado
delante vuela y por su acompañante teme, como la pájara que desde el alto,
a su tierna prole ha empujado a los aires, del nido,
y les exhorta a seguirla e instruye en las dañinas artes.
También mueve él las suyas, y las alas de su nacido se vuelve para mirar.
A ellos alguno, mientras intenta capturar con su trémula caña unos peces,
o un pastor con su cayado, o en su esteva apoyado un arador,
los vio y quedó suspendido, y los que el éter coger podían
creyó que eran dioses. Y ya la junonia Samos
por la izquierda parte –habían sido Delos y Paros abandonadas–,
diestra Lebinto estaba, y fecunda en miel Calimna,
cuando el niño empezó a gozar de una audaz voladura
y abandonó a su guía y por el deseo de cielo arrastrado
más alto hizo su camino: del robador sol la vecindad
mulló–de las plumas sujeción– las perfumadas ceras.
Se habían deshecho esas ceras. Desnudos agita el los brazos,
y de remeros carente, no percibe auras algunas
y su boca, el paterno nombre gritando, azul
la recoge un agua que el nombre saca de él.
Mas el padre infeliz, y no ya padre: “¡Ícaro!”, dijo,
“¡Ícaro!”, dijo, “¿Dónde estás? ¿Por qué región a ti he de buscarte?
¡Ícaro!”, decía. Las plumas divisó en las ondas,
y maldijo sus propias artes, y su cuerpo en un sepulcro
encerró, también tierra por el nombre dicha del sepultado.

Metamorfosis
Ovidio

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