sábado, 23 de agosto de 2008

Las confesiones de un bibliófago

La razón por la que elegí Londres, entre otras posibles y acogedoras ciudades, para residir en ella el tiempo que durase mi expatriación, se debió esencialmente a que en Londres vivían algunos amigos de mi tío de cuando su estancia -algo lejana- en las islas y al hecho de que mi conocimiento del idioma inglés era algo superior al del francés. (Mi tutor habíase mostrado siempre muy partidario de que aprendiese en la lonja la lengua de Shakespeare, ya que según él su dominio me habría de servir algún día para poder leer al tercer conde de Shafttesbury y aprovecharme de las enseñanzas de su obra Characteristicks of Men, Manners, Opinions and Times; a su juicio, uno de los pasatiempos menos inútiles que se puedan cultivar en esta vida).
Además deseaba conocer de cerca Londres, de la que en varias ocasiones me había hablado mi tutor con encendido elogio, destacando los múltiples y variopintos atractivos que dicha metrópoli brinda al visitante curioso, aun cuando éste se halle en situación harto diferente de la del simple y divagado viajero.
Las confesiones de un bibliófago
Jorge Ordaz

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