viernes, 19 de septiembre de 2008

El amante

Los paquebotes remontan la ría de Saigón, motores parados, arrastrados por remolcadores, hasta las instalaciones portuarias que se hallan en los meandros del Mekong a su paso por Saigón. Ese meandro, ese brazo del Mekong, se llama la Riviére, la Riviére de Saigón. La escala era de ocho días. Desde el momento en que los barcos estaban en el muelle, Francia estaba allí. Se podía cenar en Francia, bailar, era demasiado caro para mi madre y además, según ella, no valía la pena, pero con él, con el amante de Cholen, se podría haber hecho. No lo hacía por miedo a ser visto con la pequeña blanca, tan joven, no lo decía, pero ella lo sabía. En aquella época, aún no muy lejana, apenas hace cincuenta años, en el mundo sólo existían los barcos para ir por el mundo entero. Grandes zonas de los continentes aún carecían de carreteras, de trenes. En centenares, miles de kilómetros cuadrados, sólo existían aún los caminos de la prehistoria. Eran los hermosos paquebotes de las Agencias Marítimas, los mosqueteros de la línea, el Porthos, el Dartagnan, el Aramis, los que unían Indochina con Francia.

Traducción de Ana Mª Moix

El amante
Marguerite Duras

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