Esta imagen adorable, la de la muchachita agitándose complacida entre las mangas de su abrigo, le hace recordar una hermosa película que había visto de niño. Se trataba de una versión de los viajes de Simbad el marino, en que éste se veía obligado a partir en busca de una extraña flor con cuya esencia podría desencantar a la princesita que amaba (un mago perverso, el mismo día de su boda la había dejado reducida al tamaño de un pulgar). Recordó la marcha por el mar proceloso, los sucesos imprevistos, la indeterminación radiante y terrible del mundo descubierto a través del impulso de la aventura (rocas leves como esponjas, palacios intactos dormidos en el fondo de los lagos, animales dotados con la palabra humana, senderos que cambiaban su trazado, flores cuyos aromas borraban la memoria de los hombres).
El amigo de las mujeres
Gustavo Martín Garzo
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